Manuel Azaña

Azaña en sus frases (I)

Manuel Azaña

Este año se cumple el 140 aniversario del nacimiento de Manuel Azaña y el 80 de su muerte. La tesis de la supuesta política deliberada de la II República contra la Iglesia se ha apoyado en la famosa frase pronunciada por Azaña «España ha dejado de ser católica». Me sumo a los que nos parece injusta esta interpretación. Porque quienes entienden la frase solo a modo de persecución, lo hacen como si fuera un programa político deliberado contra la religión católica, o como si Azaña se jactara de que la República, con este proceder, había logrado extirpar de España el catolicismo. Todavía hay muchos que así lo piensan (si es que en España se piensa). Para ellos, la frase de Azaña dio pie a la legitimación de la ‘cruzada’ de 1936.

Sin embargo, las palabras de Azaña no pueden ser entendidas si prescindimos de su contexto, ya que no fueron dichas para oponerse a las enmiendas de los diputados católicos. Éstos, por razón de su obediencia al magisterio eclesiástico, se veían obligados a defender la tesis católica del estado confesional, pero esta actitud no era más que una obstrucción de antemano condenada al fracaso, pues de los 468 diputados solo había una sesentena firmemente decididos a apoyar aquella tesis.

Tanto en relación con la Iglesia como en el problema de la reforma militar, la noción clave del pensamiento de Azaña era una profunda renovación. Su idea del Estado liberal y burgués chocaba con dos instituciones de fuerte tradición en España: la Iglesia y el Ejército. Azaña no era enemigo por principio de éste ni de aquella, solo en la medida en que eran un obstáculo para la república democrática (con plena sujeción del Ejército a la autoridad civil) y laica (aconfesional) que quería forjar, y para ello estaba firmemente dispuesto a eliminar todo el poder de obstrucción que uno y otro pudiera ir contra su República. Tradujo esta mentalidad en dos frases que han caído sobre él como una losa: la referida a que España ya no era católica y la de ‘triturar el Ejército’.

Dejemos para siguiente semana la reforma del Ejército. Sobre la cuestión religiosa, Azaña distinguía entre las inofensivas monjas de clausura que confeccionaban deliciosos dulces, y los jesuitas y demás religiosos que se dedicaban a la enseñanza y de este modo se interponían a su proyecto de educación nacional única para una República laica.

Azaña dejó suficientemente claro que no se trataba de procurar que España dejara de ser católica, sino de constatar el hecho de que, sociológicamente, el catolicismo había perdido el puesto que en otro tiempo tuvo, y que por tanto procedía reajustar a esta realidad el nuevo orden constitucional. A este respecto son clarividentes sus propias palabras: «Que haya en España millones de creyentes, yo no os lo discuto, pero lo que da el ser religioso del país, de un pueblo o de una sociedad no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que rige su cultura».

Difícilmente se podrá estar en desacuerdo con la afirmación del hecho evidente de la pérdida de peso del catolicismo en la cultura y la sociedad españolas de aquel momento. Pero reprochar eternamente a Azaña por unas palabras que fueron dichas, precisamente, para defender a la Iglesia en peligro de mayores males –ergo su famosa frase entendida en el sentido sociológico y cultural que el orador la pronunció–, no solo era algo obvio, sino que muchos eclesiásticos, decían para sí, nunca mejor dicho, que Azaña tenía más razón que un santo por afirmar verdades como templos.

Artículo original José Luis Gavilanes Laso Lanuevacronica.com

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