Juan Goytisolo desde El lucernario

Desde la biblioteca de Babel

En 1974, una pareja de críticos italianos –Walter Mauro y Elena Clementelli– viajaron hasta París para entrevistar a Juan Goytisolo y Monique Lange, su mujer. Él, un emigrado político de España; ella, escritora francesa de vida aventurera que vivió su infancia en Indochina y participó en el París de la Resistencia. Sus respuestas formarían parte del libro que un año más tarde se publicaba con el título de Los escritores frente al poder (Ed. Luis de Caralt) y en el que se contenían, además, los testimonios de Alberti, Heinrich Böll, Carlos Fuentes, García Márquez, Montale, Neruda, Sábato, Sartre y Vargas Llosa. Al analizar con Juan su trayectoria literaria de 1955 a 1965, uno de los críticos le recuerda que él debutó en la literatura con un tipo de narrativa fuertemente realista y concreta, enraizada en el mundo de los desheredados. Goytisolo trató de aclararle que en aquellos tiempos: «…por el hecho de no gozar de libertad de prensa, de libertad de información, se buscaba tratar de exponer, por todos los medios, un tipo de realidad que el público normal de otros países democráticos hallaba en los periódicos».

De Juegos de manos a Campos de Níjar

La etapa ‘realista’ a la que se refieren, comienza en 1953, cuando presenta al Nadal su primera novela, Juegos de manos. Aunque premiaron Siempre en capilla de Luisa Forellad, aséptica narración que transcurre en el Londres del siglo XIX durante una epidemia de difteria. La temática de Juegos de manos, era mucho más realista, contemporánea y arriesgada, tal vez por eso tardaría un año en publicarse. En sus páginas se describe la apatía y el desencanto de la juventud burguesa de la postguerra que, para demostrar su rebelión ante el poder establecido, pretenden llevar a cabo un acto terrorista. En 1955 publica Duelo en El Paraíso, otro arriesgado argumento que se desarrolla en el País Vasco durante la Guerra Civil, con unos niños como protagonistas, en sus juegos infantiles, imitan la estúpida y cruel guerra de sus mayores. Un par de años más tarde aparecen: El circoFiestas y La resaca, trilogía de novelas urbanas que contraponen la picaresca de los suburbios barceloneses con la hipocresía y el triunfalismo de la alta burguesía. El circo pronto fue desautorizada por su propio autor y Fiestas sufrió durante un tiempo los rigores de la censura. Más tarde –1960– publicará en Argentina el libro de relatos Para vivir aquí. Al año siguiente aparece La isla, concebido inicialmente como guión cinematográfico, pero cuyo rodaje nunca se llevó a cabo; un argumento sobre el incipiente boom turístico en las playas del sur; la misma temática que componen los relatos de Fin de fiesta (1962). Este será el último libro de Goytisolo, autorizado por la censura franquista. Desde 1956 estaba instalado en París trabajando como asesor literario de la editorial Gallimard. Hacía tiempo, por tanto, que había optado por un exilio voluntario. Mientras, en este país de todos los demonios, se desencadena la absurda e inquisitorial estrategia del ninguneo radical y sistemático de toda su obra. A finales de los cincuenta, escribirá dos reportajes descarnados sobre las tierras olvidadas de Almería: Campos de Níjar y La Chanca.

Señas de identidad y Blanco White

A partir de 1966, desde la saludable, pero a la vez traumática, distancia del destierro, Juan Goytisolo sueña con una nueva literatura, rica de fantasía y libre de todo dogma inquisitorial. Se erige así en un innovador, en un escritor de culto; pero sobre todo en un referente ético para los lectores de un país con las libertades cercenadas. Señas de identidad (Ed. Joaquín Mortiz), se publicó en México y se distribuyó desde París, a través de la mítica librería ‘Ruedo Ibérico’ de la rue Aubriot. Un monólogo interior, con citas iniciales de Quevedo, Larra y Cernuda, que se convirtió inmediatamente en nuestro amuleto oculto de rebeldía. Cuatro años más tarde nos llegaba, también clandestinamente, la Reivindicación del conde don Julián (Ed. Joaquín Mortiz) y descubriríamos un personaje similar a la Juanita Narboni de Ángel Vázquez, que como ella, observaba desde el mirador de Tánger la costa española. Perdidas sus señas de identidad, sueña y construye con la única herramienta que le queda –el lenguaje– la destrucción de su patria irreal. A partir de este punto, toda su obra posterior será un permanente tributo de complicidad, rebeldía e independencia a sus lectores. En 1972, el esperpento moral en el que sigue sumido el país, prohibe a Seix Barral la publicación de la Obra inglesa de José María Blanco White, un clérigo español, que se autoexilió a Inglaterra en 1810 para no volver a regresar. Trampeando la legalidad, el libro se consiguió publicar, en su primera edición, con sello editorial argentino. En su extensa introducción nos encontramos con la herramienta precisa para ahondar aún más en la múltiple personalidad de Juan Goytisolo, ya que en todo momento el autor se confiesa plenamente identificado con el arduo proceso de desconversión que sufrió Blanco White.

El lucernario: Goytisolo y Azaña

Repito: durante décadas, el autor de Juan sin tierra se nos mantuvo como un insobornable referente ético. Desde las páginas de revistas como TriunfoEl viejo topoQuimera…, desde sus artículos periodísticos, desde sus libros de reportajes o teoría literaria… Su rabiosa independencia nos ha servido para poder observar la realidad con múltiples y enriquecedoras perspectivas críticas. Hace pocos años, se lamentaba de haber descubierto tan tarde a Manuel Azaña. Lo achacaba: «…al viscoso engrudo doctrinal con el que fui ensuciado en la adolescencia…», denunciando además que la figura del estadista fue expeditivamente arrojada al muladar de la historia por los vencedores de la guerra y calumniada por buena parte de los vencidos. «En el desconsuelo de la derrota […] Azaña no se desarma, y en la lobreguez y oscuridad del mundo que le rodea, abre un lucernario por el que se cuela un tenue rayo de luz». Con frases como ésta se inicia El lucernario. La pasión crítica de Manuel Azaña, que publicó la editorial Península. En sus páginas se plantea la difícil, y tal vez imposible, tarea de intentar separar al político del escritor. Apoyado fundamentalmente en tres obras capitales: El jardín de los frailesFresdeval y La velada en Benicarló, Goytisolo consiguió desarrollar un novedoso análisis crítico que complementaba las interesantes visiones anteriores de José María Marco y José María Ridao sobre la obra literaria de Azaña. Como le ocurrió con Blanco White, a veces no pudo evitar identificarse con el personaje. En El jardín de los frailes, que considera como una novela de desaprendizaje, traza un paralelo entre las enseñanzas de los agustinos escurialenses y sus profesores en los jesuitas de Sarriá, lamentando que Azaña se hubiese dejado en el tintero más rebelión sobre aquel desencanto en el inicio de su formación. Para lectores de esta ciudad, el exhaustivo recorrido que desarrolla por la novela inacabada de Fresdeval, puede resultar interesantísimo ante el análisis crítico que lleva a cabo de la sociedad alcalaína del siglo XIX. De La velada en Benicarló, aplaude la magnífica escenificación que realizó José Luis Gómez y señala la lucidez desolada que rezuma toda la obra.

Compromiso y disidencia

En 2014 se le concedió a Juan Goytisolo el Premio Cervantes y al año siguiente, coincidiendo con su presencia en el Paraninfo, la Universidad de Alcalá publicó un volumen titulado Juan Goytisolo: compromiso y disidencia. Coordinado por Jesús Cañete, recogía en sus páginas textos de Luce López-Baralt, Julio Ortega, José María Ridao y Andrés Sánchez Robayna. Así como las significativas fotos de Antonio Gálvez, Carlos Pérez Siquier y Gervasio Sánchez. Los pintores Eduardo Arroyo y Frederic Amat aportaron generosamente muchas de las imágenes con las que trataron de ilustrar la prosa de Goytisolo. Regresar a aquellas páginas supone el mejor de los homenajes para recordarlo.

Artículo original de Vicente Alberto Serrano https://lalunadelhenares.com/

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