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«Azaña deseaba un nuevo pacto histórico entre Cataluña y el resto de España dentro de una República integral» (Parte II)

Entrevista al historiador Raimundo Cuesta Fernández, Premio Nacional a la Innovación Educativa, con ocasión de su último libro “Unamuno, Azaña, Ortega, tres luciérnagas en el ruedo ibérico (1)”. Cuesta (Santander, 1.951) es doctor en Historia con premio extraordinario por la Universidad de Salamanca. Fue catedrático en el IES Fray Luis de León de Salamanca. Profesor invitado y colaborador de universidades españolas y latinoamericanas. Especialista en historia de las disciplinas escolares, las relaciones entre historia y memoria, la evolución del pensamiento crítico y de la génesis de la España contemporánea. Miembro del equipo editorial de Con-Ciencia Social. Cofundador de Cronos y Fedicaria. Su anterior libro publicado en este mismo sello editorial fue Verdades sospechosas. Religión, historia y capitalismo (2019).

1.P. Dices que a Azaña no le preocupaba la religión, sino el omnipresente poder de la Iglesia para inculcar valores retrógrados en las clases dirigentes, lo que veía como un gran obstáculo para establecer un Estado democrático ¿Consideraba Azaña incompatible la democracia con el poder eclesiástico?

R. Azaña no fue el monstruo comecuras que la propaganda franquista propaló. Educado en una familia burguesa liberal, al quedar pronto huérfano de padre y madre, una de sus abuelas decidió, como relata en su novela El jardín de los frailes (1927), que su nieto se educara con los “frailucos” en el Real Colegio María Cristina de El Escorial, donde estudió Derecho bajo la férula de los agustinos. De niño y adolescente tuvo alguna suerte de arrebato místico, pero ya antes de licenciarse, su fe se había extinguido. Durante toda su vida sustituyó la emoción religiosa por la estética, por una inextinguible y fina sensibilidad volcada hacia el paisaje y el arte.

Por otra parte, sus costumbres de joven y adulto nada se atuvieron a la moral católica oficial y siempre miró con admiración el laicismo de la III República francesa. Sobre todo veneró, en sus muchos viajes, el tipo de vida desenvuelta de las clases de la cultura y el arte de París. Ya rodando los cincuenta se casó con una joven católica y nunca hizo cuestión de las creencias religiosas profesadas por los demás. Empero abominaba de la pretensión eclesiástica de educar a las futuras clases dirigentes del país en el seno de la horma dogmática de la Iglesia católica. En plena  guerra, 1937, uno de sus profesores agustinos le va a visitar a Valencia para ponerse bajo su protección (le consigue los medios para irse de España) y el entonces presidente de la República le comenta: “Llamarme enemigo de la Iglesia católica es como llamarme enemigo de los Pirineos”.

Ahora bien, nuestro hombre en los debates constituyentes defendió con pasión e inteligencia la condición laica del nuevo régimen republicano. En una de sus más célebres (y más torticeramente interpretadas) alocuciones parlamentarias afirmó aquello de que “España ha dejado de ser católica”. Se refería a que tanto en su patria como en toda Europa la religión había dejado de ser el nervio de la civilización moderna, lo que era una mera constatación histórica y sociológica y no una voluntad de prohibir el libre pensamiento religioso y su práctica. En fin, él veía compatible la religión siempre que no hiciera sombra a las tareas propias del poder público en una sociedad democrática.

El odio y la persecución de su figura (condenado en 1941 a una altísima multa post mortem). Para remate y mayor oprobio se construyó la leyenda de que cuando murió en noviembre de 1940 en Francia lo hizo arrepentido de sus pecados y bajo el manto de la Santa Madre Iglesia. Triquiñuela parecida se urdió en los postreros momentos de Ortega en 1955.

2.P. En 1911 Azaña pronuncia su discurso El problema español en el que hace hincapié en nuestro atraso histórico respecto a Europa y en las carencias culturales y educativas de la sociedad política de la época ¿Qué repercusiones tuvo ese diagnóstico? ¿Cómo fue tomado por la derecha, los militares y la Iglesia?

R. Esa primera gran conferencia de Azaña tuvo lugar en la Casa del Pueblo de Alcalá de Henares, ciudad donde vio la luz en 1880. A la sazón tenía treinta y un años y todavía no era un personaje público famoso y, por lo tanto, el eco de sus palabras fue modesto si bien significó un momento trascendental con vistas a su futuro. Él se debatía todavía (nunca dejará esa pugna interior) entre sus dos grandes vocaciones: la literaria y la política. Sin embargo, ya reinstalado en Madrid, doctor en Derecho, letrado por oposición al Ministerio de Gracia y Justicia, la disertación de la Casa del Pueblo puede interpretarse como el momento de dar un paso al frente y presentarse a los demás como aspirante a abrir el camino a la nueva generación que se vislumbraba (la que luego se llamará del 14).

En su parlamento se plantea dos temas, a saber, el atraso histórico respecto a Europa y las carencias culturales y educativas, que, en su opinión, se verifican en el aberrante funcionamiento del sistema político español de la época. A tal fin, realiza una disección de la historia de España, mediante una documentada y exhaustiva interpretación del pasado en clave progresista de raigambre liberal, aunque también contiene algunas resonancias regeneracionistas. Para él la decadencia de España se remontaría al triunfo del absolutismo dinástico en el siglo XVI, que acabó minando las energías nacionales. Desde esta pieza oratoria, arremete contra la “bisutería histórica” de los que viven de rememorar las viejas glorias cuando es preciso mirar más hacia el futuro de un país ya estragado de tanto elogio ditirámbico del pasado.

Ya se perfila una tesis central en su pensamiento: el problema español reside en el Estado y su democratización. Para Azaña la brecha abierta entre España y Europa es un asunto de cultura, enseñanza y, en suma, de civilización, pero la clave capaz de provocar una intensa mutación de raíz de esas carencias radica en la obligada necesidad de democratización del Estado. Tal institución, en efecto, debe llevar a cabo una “obra redentora” con la colaboración del pueblo. También en su pieza oratoria se muestran las hechuras de un escritor de altura y de un historiador de fondo.

3.P. Azaña, que hace un llamamiento para “desafricanizar” España, señala que el Estado, a pesar de sus defectos, “es el único Dios del que se puede esperar ese milagro de transformación hacia un país europeo avanzado” ¿Qué acciones realistas proponía Azaña para lograr ese cambio?

R. En efecto, como decía, la democratización a través del Estado ocupa el centro de su pensamiento político. Claro que conviene huir de una fotografía fija como si el Azaña político hubiera sido siempre el mismo. En todos los terrenos, su personaje no es de una sola pieza para siempre jamás.

En realidad, sus primeros compromisos políticos nos presentan a un ciudadano que despertaba admiración y miedo por su fuerza argumentativa y por una oratoria incomparable. Ahora bien, entre 1912 y 1923 estuvo afiliado y en la órbita del Partido Reformista de Melquíades Álvarez, es decir, en compañía de  intelectuales burgueses de izquierda (incluso alguno de ellos de signo republicano) que, más allá del bipartidismo del régimen (turno liberales/conservadores), creían atisbar la posibilidad de cambiar gradualmente, sin rupturas, el sistema político sin prescindir de la Monarquía de Alfonso XIII. Notables intelectuales de la generación del 14 (incluido Ortega) estuvieron en esas cuitas. Azaña perseveró en tal actitud hasta el golpe militar del general Primo de Rivera.

En su etapa posibilista y gradualista nunca obtuvo cargo político relevante (nunca ganó pese a intentarlo, acta de diputado). Estuvo en la dirección  del Partido Reformista y fue responsable del programa militar de esa formación (proponía una suerte de ejército para la paz, moderno y exento del africanismo castrense reinante). En sus viajes a Francia se había convertido en un experto en  temas militares y su primer libro versó sobre esa materia. Tuvo un gran protagonismo como exponente  de la movilización aliadófila, contra los imperios centrales y a favor de Francia y Gran Bretaña durante la I Guerra Mundial: visita los frentes, da conferencias, preside una sociedad a favor de la Sociedad de Naciones, etc.

Tampoco debe desdeñarse, por efímera que fuera, su participación con Ortega (nunca más volvería hacerlo) en la fundación en 1913 de la Liga de la Educación Política, una suerte de asociación de brillantes intelectuales, que Ortega concebía como un “partido de la cultura”.

El aprendizaje de las artes de la guerra en la Ciudad de la Luz, luego fue determinante durante la II República al gestionar el ministerio de la Guerra, luego como jefe de Gobierno y más tarde como presidente. Ese es un ejemplo muy claro de “acciones realistas” que señalas en la pregunta. También lo fue el programa de lo que se conoce como “bienio reformista” (1931-1933), momento en que se ponen en marcha las grandes reformas para hacer frente al “problema español”: escuela única, reforma agraria, laicismo, política militar, autonomía territorial, legislación laboral, sufragio femenino, etc. El plan seguramente más ambicioso de transformaciones jamás emprendido en la historia de España.

En realidad, antes de la II República la dedicación política no absorbió todo su tiempo. Fue secretario del Ateneo de Madrid desde 1912, participó en tertulias y revistas literarias y fue probando fortuna con  sus primeras publicaciones de fuste. Más tarde en 1926 obtiene el Premio Nacional de Literatura. Antes fue director de excelentes revistas como La Pluma España. No obstante, su irrestricta vocación política se hace paralela a sus primeros triunfos literarios. En 1925 crea el partido Acción Republicana. Desde entonces el peso de lo político va ganado terreno a lo literario. 

4.P. Enfatizas que Azaña, encarnación simbólica de la Segunda República, era un hombre tímido y pesimista, lo que ocultaba bajo un disfraz de persona altiva y autosuficiente. Háblanos un poco de ese lado más humano, de la personalidad del “animal político” que pasó de ser “un viva la virgen” a un personaje serio y riguroso que desempeñó un papel clave en aquella época con más luces que sombras de nuestra Historia.

R. La “leyenda negra” de nuestro personaje fue aderezada persistente y sañudamente por los enemigos de la II República y posteriormente sobre todo por los sicarios franquistas dedicados al asesinato ritual de su memoria, una falange de sicofantes y folicularios que tuvo como meta desacreditar su vida y obra. Su aspecto físico nada agraciado fue motivo de burlas de todo tipo y algunas de gusto más que dudoso. Su naturaleza de hombre público fue comparada con la vileza de Nerón, Tiberio, Calígula, etc. El infame y golpista general Queipo de Llano, que todavía en 2022 yacía enterrado en la Basílica de la Macarena de Sevilla, gustaba llamarle “Doña Manolita” y no pocos de sus colegas castrenses contrarios a las demandas modernizadoras de la milicia, propalaron el bulo de que Azaña fue expulsado de la Academia Militar por su condición de sarasa sin reparar en que el alcalaíno jamás tuvo la más mínima tentación de profesar el oficio militar.

Es misión vana definir a Azaña con un dibujo rectilíneo. La célebre periodista Josefina Carabias, joven testigo de su vida pública en el Ateneo de Madrid y durante la II República, dice que hay un Azaña íntimo, sincero, amable e inseguro frente  otro orgulloso, soberbio lejano y seguro. A mi modo de ver, hubo más de dos Azañas, su silueta se multiplica en facetas diversas y a menudo superpuestas.

Fue sin duda un niño solitario, hipersensible. La orfandad de afectos tempranos contribuye, cuando se acompaña de insaciable voracidad lectora en plena soledad, al desarrollo de una vida íntima densa, espesa y un tanto taciturna, que cuando sale al exterior se expresa como timidez, un punto de pesimismo y una orgullosa creencia en la valía de uno mismo frente al mundo exterior. Tales dispositivos fraguan un carácter soberbio pero a veces inseguro y temeroso de ser dañado por sus semejantes. Cual erizo, siempre se defendió con las púas de su brillante mente, encubriendo muchas inseguridades físicas y mentales. Sin duda su insultante superioridad oratoria  y su talento político facilitaron su imagen de ser jactancioso y petulante.

Azaña tuvo mucho de bon vivant. El que fuera niño solitario y frágil, llegada la juventud, sin frenos morales religiosos, deviene en hombre de mundo que en Madrid o París no duda en darle gusto tanto al cuerpo como al espíritu. Una de sus biógrafas, le ha tildado “señorito benaventino” dado su afición a la vida disoluta de la Corte en sus años jóvenes. Juan Marichal afirma que esa conducta es una pauta de “liberación sensual” inherente a una parte sustancial de la intelectualidad del 14, que ya no comulgaba con los remilgos morales de la Institución Libre de Enseñanza o el rigorismo ascético de un Unamuno. Con la bicoca en el bolsillo de alto funcionario del Estado, apura la vida hasta su tardío casamiento en 1929 con Lola Rivas Cherif e incluso después sigue siendo amigo de la noche aunque de modo más pausado y normalmente en compañía de su joven esposa.

5.P. Señalas que tras el golpe militar de Primo de Rivera (septiembre de 1923) se opone frontalmente a la dictadura y toma conciencia de la necesidad de un cambio político radical ¿Qué pasos relevantes dio tras el mazazo castrense?

R. Como ya mencioné, 1923 supone una cesura en la posición política de nuestro hombre. El golpe militar de Primo de Rivera y la aceptación de rey le llevan a romper totalmente con el sistema, cosa que no hacen otros intelectuales como Ortega y Gasset. Azaña pasa de pronto de posibilista a rupturista, deja su partido y se pone manos a la obra a fin de encauzar una suerte de revolución pacífica republicana. Cuando me refiero a “revolución” quiero decir que Azaña entiende que es llegada la hora de expulsar a la Monarquía sin reparar en medios, porque que el liberalismo democrático que él postula ya es totalmente incompatible con la realeza. Al poco explica sus razones en Apelación a la República y al año siguiente (cuando sufrió una de sus más terribles accesos de depresión) funda en Madrid con otros intelectuales, como Giral, el partido Acción Republicana, insignia de una formación minoritaria que, sin embargo, pasará a tener un papel muy relevante en la caída de la Monarquía y durante los primeros años de la II República.

6.P- Azaña debió ser L’enfant terrible de su época, ya que arremetía contra la Iglesia, los militares y la monarquía lanzando “ataques letales” contra los pilares sagrados de la patria. En su escrito de 1924 “Apelación a la República” aboga por la instalación de una democracia de corte europeo y por el derrocamiento de la monarquía ¿Acaso “esa cizaña” (y otras, de los hunos y los hotros) contribuyeron a desencadenar la Guerra Civil?

R. A la sazón Azaña no era ya el joven casi desconocido de 1911. Los años veinte son los de su consagración literaria, hoy a menudo olvidada, y los de una ascendente carrera política que ya tiene voz propia y argumentos muy afilados que, claro, enojan a la elite económica, política, militar, religiosa, etc. que venía gobernando España bajo el régimen de 1876.

Desde luego, la causalidad de una guerra como la española no fue cosa de una persona ni, por su puesto, de un libro como la Apelación azañista. Fuel resultado de un haz de problemas estructurales y de fuerzas sociales y políticas, que concurrieron en una dinámica de crisis de Europa y de las instituciones liberales y parlamentarias. Azaña es un agente menudo en el torbellino arrollador de esos años. Lo que quizá más le distinga de otros intelectuales de su tiempo sean sus ideas y acciones porque se inspiran y  obedecen a un proyecto político personal, racional y someramente delimitado en sus horizontes. En él se contemplan no solo el tipo de cambios necesarios, sino que también se sugieren los protagonistas necesarios para llevarlo a cabo. 

7.P. También se muestra firme defensor de una alianza de clases para alcanzar el ideal republicano, lo que considera condición sine qua non para acabar con la España troglodita ¿Había conciencia en la España de los años treinta del siglo pasado de la necesidad de una alianza de clases -tipo transversal, ya que incluía a la burguesía liberal- para salir airosos del cambio radical que proponía el que sería presidente de la Segunda República (1936-1939)?

R. Así es, en efecto. Considera que España necesita una revolución. Pero el mero destronamiento del rey no es una revolución. Se precisa algo más y, aunque no se muestra partidario de acudir a la fuerza, afirma que “cerrados los caminos pacíficos, la violencia en todas sus formas, sería justa”. Este corolario sobre la conveniencia de un cambio brusco entronca con su idea del advenimiento de la República como revolución muy singular. Y todo ello tiene su fuente de inspiración en sus averiguaciones y tesis históricas sobre el papel “libertador” y revolucionario de las Comunidades de Castilla. Ciertamente, aquella insurrección de las villas castellanas se reactualiza en su mente como paradigma de sus nuevas pulsiones republicanas y de reconstrucción nacional de España.

Esta especulación acerca de una alianza social y “nacional” dirigida al cambio sustantivo de las estructuras de la sociedad española, consistiría en la acción concertada de un conglomerado de clases y grupos políticos dentro del que los republicanos de la burguesía media e intelectual manejarían el timón y serían como el núcleo y el espolón de proa de la nave, que además debería contar con la confluencia y apoyo de la izquierda obrera por la amura de babor y de la burguesía liberal  conservadora por la de estribor. Ahí reside la médula del programa republicano azañista, un auténtico plan de resurgimiento nacional en construcción, que solo alcanzará visos de realización fáctica ente 1931 y 1933. Y es que la profunda crítica de Azaña a la idea de nación española y al mito de las dos Españas acuñados por la tradición derechista se acompaña de un nuevo patriotismo que pone el acento en la construcción nacional empleando al Estado democrático como palanca para arrancar al país de las garras del atraso secular de sus estructuras materiales  y mentales.

8.P. Al hablar de la II República te refieres a los éxitos y amarguras de un político excepcional. A tu juicio ¿Cuáles fueron los logros y los fracasos más sonados de Azaña?

R. Difícil es encontrar una persona que, tras permanecer mucho tiempo en la sombra y un tanto difuminado, emprenda una carrera política tan brillante y ascendente en tan poco tiempo. El 14 de abril de 1931 es el trampolín que le propulsa desde la dirección de Acción Republicana, un modesto partido, al estrellato público: ministro de Guerra en el Gobierno provisional, jefe del Ejecutivo entre 1931 y 1933, parlamentario raso tras el triunfo derechista en las elecciones de noviembre 1933, líder carismático del Frente Popular que vence en febrero de 1936, primer jefe de Gobierno y al poco presidente de la República desde mayo de ese mismo año hasta su dimisión en el exilio en febrero de 1939. Y durante toda la guerra, símbolo de la resistencia republicana y de la España peregrina exiliada tras la victoria del general Franco.

Durante esta frenética actividad pública ocurrieron sucesos terribles que a menudo perturbaron su estado anímico y desestabilizaron sus valores más íntimos. Entre 1931-1933 fue “el” político del momento y cabe reconocer su gran mérito: a pesar de liderar un partido minúsculo en cuanto a representación parlamentaria, como era Acción Republicana, el PSOE le apoya como jefe de un Gobierno de coalición capaz de llevar a término la aprobación de la Constitución y un bloque de importantes normas transformadoras de algunas de las viejas lacras de la España contemporánea. En suma, se podría de decir que su encumbramiento marcha paralelo al triunfo de su proyecto de “revolución” pacífica y legislativa gracias a la alianza de la intelectualidad republicana progresista con el socialismo obrero.

No obstante, en esta vía contó muy a menudo con la animadversión de la CNT, la otra parte del proletariado, contraria a la vía de transformación gradualista. Entonces y luego se vio que era difícil articular un plan de alianza de las clases medias intelectuales y el proletariado excluyendo al anarquismo. Es como si Azaña ignorara que el anarquismo no era la causa de la grave “cuestión social” española sino una de sus consecuencias. Algunas reformas sociales y la represión el fenómeno libertario eran fármacos insuficientes para erradicar las pulsiones revolucionarias de un sector relevante de las clases trabajadoras

También puede contarse entre sus fracasos la subestimación de las capacidades subversivas del Ejército y de la Iglesia católica. Desarticular el golpe de Sanjurjo en 1932 no era los mismos que afrontar la sublevación del 18 de julio.

En realidad, el triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936 con él a la cabeza es un gran éxito, aunque él, como pesimista impenitente, ya empieza a atisbar nubarrones donde otros ven un luminoso futuro. Desde luego, su acceso a la presidencia de la República en mayo de 1936 le va a condenar a una función simbólica que en nada favorece su talento para usar de un poder ejecutivo directo y eficaz. Su intento de comprometer directamente al PSOE en el Gobierno fracasa y el golpe de Estado de Franco del 17-18 de julio lo ha de afrontar un Gabinete republicano monocolor incapaz de  ofrecer un respuesta adecuada. En la guerra Azaña es un hombre apesadumbrado se siente preterido y poco escuchado por los nuevos gobiernos encabezados por los socialistas (por Largo Caballero y Juan Negrín) con la colaboración de otras organizaciones obreras y republicanas. Al final, la guerra para él constituye un fracaso personal e histórico.

Para Azaña, como para muchos otros españoles y españolas, la guerra fue una tragedia insoportable. En 1937, en su Velada en Benicarló nos deja un ramillete de sus opiniones sobre la guerra a través del diálogo de sus personajes de ficción. En esos momentos sus viejos achaques (por ejemplo, la hipertensión y los cólicos nefríticos) van haciendo mella. A los cincuenta y ocho, con motivo del segundo aniversario del golpe militar del 18 de julio, escribe quizá el discurso más famoso de los pronunciados durante la guerra. Es un nuevo destello de amargura e impotencia a causa del conflicto que enfrenta a españoles. Allí reclama, cual voz en el desierto, “Paz, Piedad y Perdón”. A fin de cuentas, la guerra entre españoles es ya para él un mal inconmensurable.

9.P. Ya que en la actualidad sigue sin resolverse el contencioso catalán, creo oportuno recordar -como remarcas en tu libro- que en una visita que realizó Azaña a Barcelona, el 23 de mayo de 1930, dijo en su discurso “La libertad de Cataluña y España” que era partidario del derecho a la autodeterminación y secesión, aunque no deseaba que eso ocurriera. Parece que en cierta izquierda del siglo XXI todavía perdura ese esquema de pensamiento ¿Qué tiene de marca Azaña esa reflexión política que todavía sigue encendiendo los parlamentos y las calles?

R. Poco. La opinión de mayo de 1930, en plena “dictablanda” (transición hacia la República), fue más fruto de un arrebato de entusiasmo general antimonárquico que de una detenida meditación sobre el nacionalismo catalán. Sabía Azaña y saben también las izquierdas de hoy que sin el concurso de Cataluña no hay salvación democrática progresista para España (y al revés también se cumple esta especie de “teoría de la dependencia”). Él nunca tuvo como mira la autodeterminación o independencia estatal de Cataluña; por el contrario, fue el baluarte de un nuevo pacto histórico entre Cataluña y el resto de España dentro de una República integral con la concesión del derecho al autogobierno de Cataluña. Sus lúcidos escritos y discursos parlamentarios versan sobre cómo dar una solución viable a una larga querella que él cree producto del brutal centralismo del absolutismo regio durante la Edad Moderna.

La cuestión se jugó a doble partido: En Cataluña que aprueba el proyecto de Estatuto de corte soberanista, y en las Cortes españolas que acaban recortándolo aprobando, tras encendidos debates, El Estatuto de Cataluña de 1932. Aquí la veta mejor de Azaña luce a gran altura y se convierte en un adalid del modelo autonomista contemplado en la Constitución, sin traza alguna de federalismo. Aprobado el Estatuto, regresa a Barcelona en olor de multitudes y quizá haya sido el único político español de entonces facultado para cerrar un entusiástico discurso dando tres vivas: a Cataluña, a España y a la República. Tres gritos que fueron respondidos fervorosamente.

Ahora bien, las relaciones con los nacionalistas catalanas se fueron deteriorando gravemente durante la guerra. Ya en octubre de 1934 cuando, en manifiesto enfrentamiento con el Gobierno republicano de derechas, el president Lluís Companys declara la independencia de Cataluña, Azaña que a la sazón se encontraba en Barcelona no acepta el comportamiento de la Generalitat. No obstante, es procesado como cómplice del intento independentista. Su caso será sobreseído. Lo cierto es que las relaciones con el gobierno de Cataluña se envenenan durante la guerra. El presidente de la República cree que el comportamiento aislacionista de la Generalitat favorece el triunfo militar de los rebeldes. Además, por ese tiempo se va apoderando de Azaña un dolorido sentimiento españolista que nunca bulló en su espíritu como ahora y tal disposición mental tuvo repercusiones sobre su percepción del catalanismo político. En julio de 1937 apunta en sus diarios: “Una persona de mi conocimiento asegura que es una ley en la historia de España la necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. El sistema de Felipe V era injusto y duro, pero sólido y cómodo. Ha valido para dos siglos”. Esta opinión es la de un hombre desubicado y ya abatido por una  guerra que no sabe cómo manejar.

10.P. ¿Qué lecciones deberíamos sustraer de la vida y obra de Azaña? ¿Cómo han tratado los Gobiernos de izquierdas (Felipe González, Zapatero, Pedro Sánchez) el legado de ese excepcional político que fue enterrado en Montauban con la bandera de México, ya que las autoridades francesas no permitieron que se cubriera su cuerpo con la enseña republicana?

R. Azaña fue un político de gran envergadura. Sin duda el jefe del Estado español más notable del siglo XX español. Un personaje de acción dotado de ideas propias, a menudo de carácter firme y portador de un bagaje como escritor muy destacable. Por lo tanto, su figura perdura tanto en el campo político como en el artístico.

Otra cosa es cómo ha sido tratada su memoria colectiva en el curso de los tiempos. Como explico en mi libro, Azaña ha sido víctima no solo de su infame y clandestina muerte personal, sino también de un laberinto de memoria y olvidos. Existe, pues, un jeroglífico interpretativo trufado de la desnaturalización histórica y aprovechamiento coyuntural de su figura. Hoy, sin duda, es ya es parte del panteón monumental de la historia patria. Y los dos últimos gobiernos socialistas han contribuido a ello. A los ochenta años de su muerte, una nueva exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de Madrid a finales de 2020 devuelve la imagen normalizada (y también desactivada) de un gran hombre de Estado. En los actos de homenaje confluentes con la exposición  participaron el rey, el jefe del Gobierno y todos los partidos del arco parlamentario, excepto Vox.

Ahora bien, la historia de su leyenda es un ejemplo magnífico de cómo el presente se sirve del pasado. La memoria franquista del oprobio corrió en paralelo a la memoria exaltadora del exilio español, especialmente en México donde, tras la muerte de expresidente, residió su mujer y parte sustancial de su familia. Tras los cambio de la transición a la democracia, quizá lo más curioso sea resaltar aquí la furia de la derecha española por recuperar su memoria en los años noventa. Así gentes, como Federico Jiménez Losantos o José María Aznar, este último con la asesoría del hoy voxiano José María Marco. En el primer mandato de Aznar, la inefable ministra de Cultura, Esperanza Aguirre, recibió la donación  de parte los papeles que habían ido robados por los franquistas. La donante fue la hija del general Franco, cuya familia se había apoderado de los manuscritos de Azaña como botín de guerra. En ese acto y en sus escritos Aznar, el autor de la segunda tradición, arrima a su molino al patriotismo y liberalismo de Azaña. Una fábula: nada que ver tiene el sentido nacional y la idea liberal de Azaña con el neoliberalismo aznarista. Tampoco puedo extenderme más en explicar el despropósito de algunos de los que han querido llevar a Azaña a eso que llaman “tercera España”. En fin, como digo en mi libro, parafraseando a Cernuda, su nombre “ha quedado en  manos de los siglos”.

-1- Raimundo Cuesta, “Unamuno, Azaña y Ortega, tres luciérnagas en el ruedo ibérico” (Ed. VisionLibros, Abril: 2022)

Artículo original Javier Cortines https://kaosenlared.net/

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