CASTELAR, Emilio

(En Política, Nº 33. Mayo-junio, 1999). Por José Esteban

[Cádiz, 1832-San Pedro del Pinatar (Murcia), 1899]

Se cumplen estos días cien años del fallecimiento de Emilio Castelar Ripoll, en San Pedro del Pinatar (Murcia), a sus sesenta y seis años, retirado de la política activa desde 1891. Nacido en Cádiz, pero educado en Alicante, inició pronto su actividad política con un mitin en el teatro Real de Madrid, tras la Vicalvarada (1854). Este su primer discurso, como todos los posteriores, constituyó un éxito arrollador, contando desde entonces con seguidores incondicionales de sus singulares dotes de orador. Periodista por vocación - y a veces por necesidad- empezó colaborando en "El Tribuno" y "La Soberanía Nacional" (1855); pasó después a "La Discusión", dirigida por Nicolás María Rivero. Muy pronto, en 1863, fundó "La Democracia", de tendencia liberal antidinástica. Para entonces había obtenido por unanimidad la cátedra de Historia de España en la Universidad Central y desde la tribuna del Ateneo se había destacado como original historiador.

Su artículo más famoso sigue siendo "El rasgo" en el que descubre la treta legal de Isabel II que había cedido su patrimonio, con ciertas limitaciones, las cuales convertían "El rasgo" de la reina en un gran beneficio para sus bolsillos, casi siempre exhaustos. Esta denuncia le trajo su separación de la cátedra, la destitución del rector Sr. Montalbán y la dimisión de varios catedráticos.

Liberal típico del siglo XIX, Castelar tomó parte en el movimiento revolucionario del 22 de Julio de 1866, yugulado por el general O'Donnell. Condenado a muerte, se refugió en Francia y, como tantos otros españoles, vivió su forzado exilio en París, hasta que la revolución del 68 destronó a la Reina y pudo volver a su patria y, lógicamente, a su cátedra.

Desarrolla entonces su actividad en pro de la República. Elegido diputado por Zaragoza, sus discursos en las cortes constituyentes de 1869 constituyen la nota destacada y atrayente, sobre todo su contestación al canónigo Manterola sobre la libertad de cultos. Según Antonio Espina, "Castelar era un hombre de gran talento y un gran orador. El mejor que había tenido España. Si bien al empezar estaba algo nervioso, pronto tomaba plena posesión de sí mismo. Entonces Castelar desplegaba el genio de su elocuencia, todo su esplendor, y aparecía "el hombre del Sinaí" como acertadamente le llamó Benjamín Jarnés.

Proclamada la Primera República, Castelar ocupa la cartera de Estado y firma los decretos de abolición de la esclavitud en Puerto rico, de los títulos nobiliarios y de las órdenes militares. Sustituye después en la presidencia a Salmerón, y se ve obligado, por la descomposición política y social reinante, a ejercer una especie de dictadura. Suspende las sesiones de las Cortes y forma un nuevo gabinete. El momento era de extrema gravedad en Cataluña y el ejército estaba en verdadera indisciplina y los carlistas amenazan con tomar la propia capital de la República. Castelar se ve cercado y el 3 de Enero de 1874 es derrotado en las Cortes. El general Pavía ocupa militarmente el edificio y se inicia una nueva restauración borbónica.

Hombre posibilista, aunque siempre mantuvo fidelidad a sus ideales republicanos, llegó a jurar, si bien es verdad que a regañadientes, la constitución monárquica de la Restauración. Algo que, los republicanos, los de entonces y los de ahora, no le perdonamos.

En las primeras cortes del repuesto militarmente Alfonso XII, siguió manteniendo débilmente sus principios republicanos, lo que le enfrentó a Ruiz Zorrilla y a los radicales. Forma entonces el partido posibilista, con las miras puestas en la liberalización de la monarquía, objetivo que considera logrado con la implantación del sufragio universal y la ley del jurado.

Según sus contemporáneos, Castelar fue un hombre vanidoso que se ufanaba de sus discursos, quizá con razón, entre sus correligionarios. Tenía, se escribió,"el alma de Don Quijote en el cuerpo de Sancho Panza".

Fue un escritor ampuloso, dotado de un estilo de frases largas al que se conoció como "castelarino". Este estilo fue borrado por los prosistas del Novecientos, que siempre vieron en él un escritor entre, castizo y antiguo sin ningún porvenir. Hoy sus libros están olvidados, no existen reediciones de sus obras y sus novelas son farragosas, romanticonas y dignas del olvido. Tampoco perduran sus ensayos, que pecan de los mismos defectos y no existen ediciones que recojan sus discursos ni sus libros de historia, generalmente influidos de las publicaciones francesas del momento. Quizá porque escribió Antonio Espina - "'jamás profundizó en nada ni poseyó juicio riguroso en nada, ni criterio exigente sobre nada. Como todos los espíritus extrovertidos, vivía en actor, en actor que se ignora a sí mismo la mayor parte del tiempo".

Castelar, como tantas otras figuras españolas, carece de una verdadera biografía que lo presente en el difícil tiempo que le tocó vivir y en sus muchas contradicciones. La más famosa es la de Benjamín Jarnés (1935). Existe otra de Carmen Llorca (1966), que lo presenta como precursor de la Democracia Cristiana.

Su único recuerdo, hoy, es el de orador, comparado en su tiempo con Demóstenes y Cicerón. Pero dudo que en los prosaicos días que vivimos alguien pudiera gozar con sus largas enumeraciones, con el abuso de las citas históricas, filosóficas y literarias y con su variado registro emotivo, patético y casi siempre arrollador con que culminaba sus ampulosas frases.

Gozó en vida de gran popularidad, fue Académico de todas las existentes y su no muy afortunado monumento en la Castellana fue erigido por aportaciones particulares.

Murió el 25 de Mayo de 1899 y fue trasladado a Madrid. Su cadáver fue velado en el vestíbulo del Congreso e incinerado en la Sacramental de San Justo el día 29. A su entierro asistieron docenas de miles de personas y representaciones de las más altas y cultas instituciones del estado. Nadie, ante su tumba, pronunció discurso alguno a los que fue tan aficionado, pero si fue despedido por el pueblo de Madrid, que gritó vivas a su paso. El orador, el tribuno, el apóstol de la democracia, el ciudadano honorable que fue Castelar, podemos decir que yace hoy, a los cien años de su muerte, en el más cruel de los olvidos. Sirvan estas líneas de modesto recordatorio.