MILLARES CARLO, Agustín

Agustín Millares Carlo (1893-1980). Por Alberto Enríquez Perea

[Las Palmas de Gran Canarias, 1893-1980]

Agustín Millares Carlo nació el 10 de agosto de 1893, en Las Palmas, Gran Canarias, en el seno de una familia preclara, docta y de estirpe liberal. Sus padres fueron don Agustín Millares Cubas y Dolores Carlo y fue el tercero de una familia de seis hermanos. Creció en esta tierra de impar belleza y al lado de su padre y al contacto con el Archivo de Protocolos de Las Palmas germinó su vocación archivística y paleográfica. Al terminar sus estudios básicos el joven Agustín se trasladó a Madrid a realizar su carrera universitaria. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos, de Menéndez Pidal y llegó al Ateneo de Madrid, llevado de la mano por el vanguardista y coterráneo, Tomás Morales. En el corazón de España conoció amigos y maestros que le abrieron nuevos horizontes en su vocación de consumado historiador y latinista, como Américo Castro, Antonio Solalinde, José Moreno Villa, Enrique Díez-Canedo, los hermanos Álvarez Quintero, Ramón del Valle-Inclán, entre otros.

Un año después de obtener el grado de licenciado ganó por oposición la recién creada Cátedra de Latín del Ateneo. En tan memorable ocasión dijo estas palabras: “Ya es hora de que olvidemos que el latín es un martirio de la juventud, y de que pensemos un momento en todo lo que esta lengua significa como ponderación, equilibrio, disciplina”. En seguida se refirió a su importancia y a su valor en el mundo moderno: “todos vosotros en mayor o en menor grado habéis sentido alguna vez el deseo de acercaros a los grandes maestros del pasado para buscar nuevas orientaciones, nuevos motivos, modalidades que rompan con la vulgaridad ambiente y renueven, en gran parte, nuestros valores literarios”.

Esta corporación le dio la oportunidad de ejercer la tarea más noble y encomiable del ser humano: enseñar. Magisterio que asumió con decoro y con dignidad. Si alguna vez dudó de tan plausible labor superó esa perplejidad. En el Ateneo inició y siguió educando en la Residenciade Estudiantes, en la Universidad Central, en el Instituto-Escuela. Como consecuencia de esta devoción lo llevó a la traducción de clásicos griegos y latinos. En 1919 las editoriales Saturnino Calleja y Calpe le publicaban, respectivamente, Los trágicos griegos. Esquilo, Sófocles, Eurípides. Páginas escogidas y de Marco Tulio Cicerón, Cuestiones Académicas.

El año de 1923 es un gran año en su biografía: ingresó al Archivo Municipal de Madrid en donde inició su interés por lo municipal editando documentos en la recién nacida Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, de acuerdo con las exigencias de su época y haciendo toda una era, sólo interrumpida por la guerra mal llamada civil española. En ese mismo año se casó con Paula Bravo Martínez. En 1924 salió rumbo a Buenos Aires, y en la escala que hizo en Río de Janeiro tomó notas sobre el padre José de Anchieta. En la capital argentina estuvo en el benemérito Instituto de Filología, al lado de su maestro Américo Castro. El resultado de sus labores en este país se encuentra en dos grandes trabajos hechos, o bien personalmente, como Los incunables de la biblioteca universitaria de La Plata, o en la traducción que hizo en compañía de Castro y Ángel J. Battistessa, la Biblia medieval romanceada, según los manuscritos escurialenses I-j-3 y I-j-6. I. Pentateuco. Regresó a España y continuó con su infatigable labor que fue públicamente reconocida.

En paralelo a su actividad intelectual Agustín Millares mantuvo un compromiso político, discreto siempre, pero valiente en las ocasiones en que fue menester. Como la mayoría de los ateneistas se opuso con toda fuerza a la dictadura de Primo de Rivera(1923-1930) así como a los gobiernos sucesivos, conocidos como “dictablanda” hasta la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. Como miembro de la Junta de gobierno  fue detenido en varias ocasiones y formó parte de la llamada Junta Legítima, en los tiempos en que el gobierno cerraba con frecuencia la docta casa, por considerar al Ateneo un reducto revolucionario, y hasta llegó a nombrar por decreto una “junta facciosa”. Sus buenas relaciones en Argentina fueron la causa de que se llegasen a realizar manifestaciones de solidaridad con el Ateneo perseguido en la misma Plaza de Mayo de Buenos Aires. Fue Bibliotecario de la docta casa, de 1930 a 1933, en las Juntas de Gobierno que presidieron, sucesivamente, Gregorio Marañón, Manuel Azaña, Ramón del Valle Inclán y Augusto Barcia. Hay testimonios de la época que indican que la espléndida Biblioteca del Ateneo de Madrid conoció por entonces, en mejora de instalaciones, nuevos fondos y relaciones con universidades de todo el mundo, los mejores años de su historia. Su amistad y afinidad política con ateneístas como Isidoro Vergara, Manuel Azaña, Augusto Barcia, Manuel Martínez Risco y Honorato de Castro le llevaron a afiliarse al partido Acción Republicana, (Izquierda Republicana desde 1934) en el que también militaban escritores como Antonio Machado, Félix Urabayen o Luis Bello.

En 1931 se conoció su Contribución al “Corpus” de Códices visigóticos y en 1932 salió a la luz la obra premiada por la Biblioteca Nacional, Ensayo de una bio-bibliografía de escritores naturales de las Islas Canarias. (Siglos XVI, XVII y XVIII), bajo el sello de la Tipografía de Archivos. En la “Advertencia preliminar” se encuentra mencionado el objetivo de llevar a cabo este Ensayo: “La obra que sometemos a la consideración benévola del público erudito aspira a llenar un vacío de nuestra bibliografía local. El inventario de la producción literaria y científica de los hijos del Archipiélago Canario sólo había sido esbozado por el príncipe de los historiadores isleños, don José de Viera y Clavijo. La Biblioteca de los Autores Canarios, por él incluida en sus Noticias, es hoy, a todas luces, insuficiente, ya por las omisiones, inexplicables en muchos casos, que en ella se aprecian, ya porque sus descripciones no responden a las exigencias de la moderna técnica bibliográfica. Así y todo, justo será reconocer que las aludidas páginas de Viera y Clavijo tendrán siempre el mérito inherente a todo primer intento y que sin ellas la empresa de posteriores y más complejas investigaciones hubiera sido difícil en extremo”.

Éstas y otras obras, amén de varias actividades, le valieran su ingreso a la Academia de Historia, el 17 de febrero de 1934, y en la primera oportunidad les dio cuenta a los señores académicos de lo que llamó “su modesto trabajo, pero no sin antes advertir que con su lectura y ofrenda” no consideraba cancelada la deuda de agradecimiento que tenía con la ilustre Academia. Por lo que preguntaba: “¿De qué modo, pues, hacer ostensible el sentimiento de nuestra gratitud”. A ello dio respuesta con estas palabras: “Ofreciendo a la Academia lo único que nos es dado ofrecerle: deseos de trabajo, voluntad de intervenir en sus interesantes y útiles tareas, ánimo decidido de coadyuvar a sus investigaciones referentes al pasado español”.

En este discurso no podía dejar de mencionar a su ilustre antecesor, Cipriano Muñoz y Manzano, conde de la Vizaña, abogado, diplomático, erudito, que nació en La Habana en 1862 y murió en Biarritz en 1934. Fue autor de diez y ocho títulos de los cuales, pensaba Millares Carlo, con la Bibliografía de lenguas indígenas de América y la Biblioteca histórica de lafilología castellana eran “suficientes para reservar a su autor un puesto destacado entre los cultivadores de la bibliografía española y para hacernos imaginar cuál pudiera haber sido la producción de un hombre tan preparado y entusiasta, si los azares de la carrera diplomática, dentro de la cual fue figura de acusado relieve, le hubiesen dejado vagar suficiente para dedicarlo al cultivo de sus aficiones predilectas”.

Por otra parte, señaló que, “la elección del tema objeto” del discurso, “Los Códigos visigóticos de la catedral toledana. Cuestiones cronológicas y de procedencia”, lo “hizo vacilar bastante tiempo”. Empero, “el estudio de los manuscritos” de la Biblioteca Capitular de Toledo repartidos, como se sabía, entre la librería del Cabildo y la Biblioteca Nacional de Madrid; “el examen y comparación entre sí de los antiguos inventarios o catálogos de aquélla; la determinación de la edad y procedencia de los códices, basada en el análisis de su escritura, iluminaciones, ornamentación, notas accesorias, etcétera; el poner de relieve, utilizando en muchos casos documentación inédita en todo o en parte, la intervención tenida por los grandes prelados de los siglos XIII, XIV y XV en la formación y sucesivos acrecentamientos de la referida biblioteca, eran temas prometedores de amplio campo de trabajo e innegable interés”. Gracias a la confianza que obtuvo del arzobispo primado, del cabildo toledano y de su bibliotecario inició el estudio de esos manuscritos y reunió materiales que daban para un libro y no para un discurso. Por eso modificó su primitivo plan hasta lograr este discurso sobre el estudio de códices en escritura visigótica.

El examen de los 29 manuscritos, de los cuales 16 permanecían en Toledo y el resto en la Sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional, “la comparación  de las particularidades gráficas que en algunos de ellos se aprecian con las que muestran otros códices escritos dentro del periodo en que la escritura llamada visigótica estuvo en vigor, nos permitirá, con bastantes probabilidades de acierto, a nuestro juicio, determinar la procedencia de algunos ejemplares que cuentan entre los más insignes de cuantos nos ha legado tan remota edad y formular algunas conclusiones no desprovistas de interés en torno al problema de los orígenes de nuestra escritura nacional” .

Para estas fechas España había cambiado radicalmente. La monarquía fue sustituida por voluntad de los ciudadanos españoles en una República. El resultado de las elecciones municipales fue tan contundente que no había más salida que la constitución de un nuevo Estado. Mas esta República que nació con tantos y buenos augurios fue traicionada por un militar que dijo ser hombre y soldado, y que ofrendaba su vida en defensa de las instituciones democráticas que estaban bajo su custodia. A partir de esta traición, la República empezó a sufrir y a padecer.

Millares Carlo no fue ajeno a estas circunstancias y fue orgulloso de su prosapia republicana. Colaboró en todo lo que pudo con el régimen de otro ilustre ateneísta: don Manuel Azaña. Sin embargo, la muerte de su señora esposa ocurrida el 4 de julio de 1938 fue un duro golpe. Viudo, con sus pequeños hijos y su cuñada salió rumbo a México a tratar de recuperarse. Fue en vano. La República derrotada obligó al paleógrafo canario a hacer nuevos planes de vida.

La solidaridad de Millares Carlo con sus compatriotas en el exilio se dio desde el primer instante, incorporándose a las organizaciones de apoyo a los refugiados españoles y colaborando en las revistas que iban publicando, como España Peregrina, órgano de la Junta de Cultura Española. En su segundo número apareció su colaboración intitulada “Registro bibliográfico (1939-1940)”, y en nota de pie de página señaló que la investigación realizada comprendía libros, folletos y artículos de autores extranjeros sobre temas españoles; libros, folletos y artículos de autores españoles; y anunciaba la preparación de un inventario de la producción hispánica que abarcaría del 18 de julio de 1936 al 31 de diciembre de 1938, con exclusión de libros, folletos y artículos referentes a la guerra de España, los cuales eran “objeto de una bibliografía especial”, a cargo de Miguel Ferrer.

El paso más trascendental en tierras mexicanas fue, sin lugar a dudas, cuando se incorporó a La Casa de España en México. Aquí, Millares Carlo continuó con algunos de sus trabajos que venía desarrollando en España e inició exploraciones en archivos de la Ciudad de México y de la provincia mexicana que muy pronto dieron magníficos resultados. Poco tiempo después de ingresar a esta Casa, ocupó la presidencia de la institución el escritor y diplomático Alfonso Reyes, viejo amigo de españoles. Pues bien, el 2 de octubre de 1940, Millares le daba cuenta a Reyes sobre el estado que guardaban sus investigaciones en la Biblioteca Nacional en donde catalogaba la primera sala de la Sección de la Teología y el Archivo de Notarías donde encontró documentos de gran interés como una escritura de Motolinía.

El trabajo dio sus frutos y en 1941 tuvo una estupenda cosecha. Aparecieron los Nuevos estudios de paleografía española; la segunda edición revisada de la Gramática elemental de la lengua latina, en colaboración de Gómez Iglesias; la segunda edición, aumentada y corregida de la Antología latina. Prosistas. Primera parte; la versión directa del latín de Utopía, de Tomás Moro; el Registro bibliográfico y el Registro bibliográfico. (Primer semestre de 1941); y la edición del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha compuesto por Miguel Cervantes, tercer volumen de la Colección “Laberinto”, de la Editorial Séneca, de José Bergamín. Libro que estuvo al cuidado tipográfico de Emilio Prados y que lleva la siguiente dedicatoria: “El Señor Presidente de la República / de / México / DON MANUEL ÁVILA CAMACHO / ha patrocinado / esta nueva edición del / QUIJOTE. / Editorial Séneca / le dedica su / publicación /como / recuerdo y homenaje / de  / gratitud española”.

En 1942 apareció la colección Biblioteca Americana de Obras Latinas (Ediciones Bilingües), dirigida por Millares Carlo, que lleva como pie de imprenta el del Fondo de Cultura Económica. El primer volumen fue Del único modo de atraer a todos los pueblos a la verdadera religión, de Fray Bartolomé de las Casas, con una advertencia preliminar y edición anotada del texto latino por Millares Carlo, la introducción por Lewis Hanke y la versión española es de Atenógenes Santamaría. El texto está basado en el manuscrito de Oaxaca, volumen de 220 folios en papel, “sin numerar, escrito en letra itálica del siglo XVI, con las abreviaturas usuales en los códices técnicos de dicha centuria y de la anterior” y que perteneció a la biblioteca de los dominicos de la Antigua Antequera.

En cuanto al segundo y último volumen que apareció en 1944, Prólogos a la Biblioteca Mexicana, de Juan José de Eguiara y Eguren, con una nota preliminar de Federico Gómez de Orozco, y la versión española anotada, con estudio biográfico y bibliográfico del autor, fue realizada por el director de la colección. No cabe la menor duda que este volumen conforma con otras ediciones del paleógrafo de Las Palmas un rescate indiscutible de la obra de España en México. Gómez de Orozco lo subrayó muy bien al señalar que Juan José de Eguiara y Eguren quería destacar, “con deliberado propósito” y “poniendo de manifiesto que, aquí como en Europa, no eran raros los talentos, ni su aplicación al estudio, pues también el produjeron obras de mérito y positivo interés, que merecieron el honor de ser reproducidas en nuevas ediciones europeas”. Destacaba también el prologuista que Millares Carlo hizo “una escrupulosa traducción de los Anteloquia” y una magnífica biografía del autor traducido por lo que había de estar de plácemes.

El maestro y difusor de los clásicos latinos, además de sus habituales tareas de investigador y profesor, colaboró en la Colección de Textos Clásicos de Filosofía, de El Colegio de México y en la Bibliotheca Scritorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana, de la Universidad NacionalAutónoma de México. En la primera colección se encuentran dos traducciones: Cuestiones Académicas (1944) y De los deberes, de Cicerón (1945); en la segunda, inició la serie de Obras completas de Salustio. Conjuración de Catilina (1944) y Obras completas de Cayo Salustio Crispo. Guerra de Yugarta. Fragmentos de las Historias. Cartas de César sobre el gobierno de la República, (1945).

¿Por qué esta traducción de clásicos latinos? Millares Carlo desde el Ateneo de Madrid abogó por acercar el latín a la  juventud. Ahora que se encontraba en tierras mexicanas, qué otra cosa lo movía. Esta cita del autor traducido nos dice muchas cosas: “Hay, en el campo de la filosofía, numerosos problemas, de gran peso y utilidad, que con diligencia y copia de argumentos han sido estudiados por los tratadistas. Pero ninguno de tanta vastedad como los principios y preceptos que se han discurrido acerca de los deberes. En efecto, en ninguna parte de la vida, ni en los asuntos públicos, ni en los privados, forenses y domésticos, ya sea que algo trates contigo mismo o contrates con los demás, puede prescindir del deber; en cultivarlo radica la entera honestidad de la existencia, y en descuidarlo su oprobio”.

El 15 de mayo de 1946, Daniel Cosío Villegas, director del Fondo de Cultura Económica, le sugirió a Millares Carlos, como posible trabajo para la colección Biblioteca Americana de esta casa editorial, la preparación de la obra Bibliografía Mexicana, de Joaquín García Icazbalceta, con sus respectivas notas y un prólogo. Asunto que lo volvieron a tratar catorce meses después. El propio don Daniel se lo recordó en carta de 9 de octubre de 1947 junto con otras dos cuestiones que convinieron en algún momento: la edición de las obras completas de Juan Ruiz de Alarcón y la Historia de las Indias, en tres tomos, de Fray Bartolomé de las Casas.

La entrega de trabajos al Fondo la fue haciendo conforme iba sacando el trabajo, amén de nuevos compromisos. Así pues, el tomo I y la mitad del II de la Historia de Las Casas los entregó en agosto de 1949 y a finales de año la otra mitad.  En cuanto a la obra de Ruiz de Alarcón tenía una copia de cuanto existía en la Biblioteca Nacional de Madrid. Con esta información la bibliografía alarconiana iba a quedar “muy completa”. En 1950 apareció suHistoria de la literatura latina y en 1951 aparecieron los tres tomos de la Historia de las Indias, de Fray Bartolomé de las Casas. La publicación en lengua española de esta Historialascasiana la puso de relieve Hanke en la primera página de su “Estudio preliminar”. Algún día, escribió, se reunirán las opiniones tan diversas sobre de Las Casas como lo ha hecho Pieter Geyl sobre Napoleón, que van desde Madame de Staël hasta George Lefebvre. “Cuando este libro se haya publicado y se hayan comparado y analizado las contradictorias actitudes de hombres tan discutidos como el franciscano del siglo XVI Toribio de Benavente (Motolinía) y el erudito español actual Manuel Jiménez Fernández, se verá qué gran papel jugó la Historia de las Indias en la vida de Las Casas”, aseguró Hanke.

Después de permanecer más de doce años en México, por insistencia de familiares y amigos, Millares Carlo estaba dispuesto regresar a España. Por eso, los trabajos pendientes para Fondo de Cultura Económica y para otras casas editoriales deseaba terminarlos cuanto antes, pero esto no significaba dejar de colaborar con estas casas editoras. La estancia en España no obstante su gran deseo no fue nada halagüeña. Los problemas de salud y el apuro económico que tuvo en México los siguió teniendo en su tierra. Con una salvedad, los trabajos que lo mantenían eran los que tenía apalabrados con el Fondo de Cultura Económica. Sus prevenciones fueron certeras. Sin la ayuda de esta casa editorial, ¿qué podía hacer? Algunos libros se habían quedado pendientes y sobre ellos trabajaba. Había otros proyectos que los puso en consideración de los editores y esperaba su aquiescencia. Mientras llegaban noticias de México continuó sus investigaciones sobre Ruiz de Alarcón y se encaminó a la Biblioteca Nacional en donde examinó “detenidamente todo el material de ediciones y comentarios” que existían, tomando notas y haciendo fichas. Ahora si podía decirle al director del Fondo que estaba en condiciones para emprender el trabajo alarconiano que desde hacía algunos años se lo solicitaron.

Todo febrero y la mitad de marzo de 1953 Millares Carlo estuvo en San Salvador. Regresó a España nuevamente y no cambió su situación económica. Siguió con la redacción de laHistoria del libro e inició la elaboración del índice de la Biografía mexicana del siglo XVI, de García Icazbalceta. Las premuras económicas lo abrumaban y volvió a México.

La Bibliografía mexicana del siglo XVI. Catálogo razonado de libros impresos en México de1539 a 1600. Con biografía de autores y otras ilustraciones, precedido de una noticia acerca de la imprenta en México, apareció en 1954, cuando el Fondo de Cultura Económica cumplía veinte años de su fundación. Fue una edición de dos mil ejemplares en papel FCE/AM de 43 ½ kilogramos, encuadernados a la holandesa, y de cien ejemplares de bibliófilo, numerados, en papel Corsican Text de 63 ½ kilogramos, encuadernados en piel entera. La gran Elvira Gascón dibujó las viñetas y capitulares.

En el “Prólogo a la presente edición”, Millares Carlo destacó que esta obra salía nuevamente al público después de sesenta y ocho años de publicada y su autor era uno de “los más ilustres cultivadores de las disciplinas históricas” en México durante el siglo XIX. El libro es una rareza bibliográfica tanto por su tiraje de trescientos cincuenta ejemplares como por ser “una obra fundamental y de obligada consulta”. La presente edición, “sin alterar en lo más mínimo el texto original”, la completó y la puso al día “incorporándole el resultado de los esfuerzos de tantos beneméritos investigadores así nacionales como extranjeros”. Cuando recibió el encargo de su casa editorial, “ciframos nuestro empeño en adicionar la obra del insigne historiador no sólo en su parte puramente bibliográfica, sino asimismo en muchas cuestiones de detalle, tanto en las noticias biográficas de los autores como en las jugosas disertaciones que aquí y allá figuran en el cuerpo de la Bibliografía”. Explicó las diferencias entre su edición y la anterior así como dio los agradecimientos respectivos a instituciones y amigos que hicieron posible esta excelente edición.

Otra edición de tantos méritos como la anterior fue la de Juan Ruiz de Alarcón. En 1959 apareció el primer tomo, en 1960 el segundo; y el tercero, en 1967. La historia de este último volumen es digna de contarse para otra ocasión tanto como sus viajes entre México y Venezuela. Pero lo que importa resaltar es que siguió publicando en México, por ejemplo, su colaboración para el IV Centenario del nacimiento de Las Casas y la Introducción a la historia del libro y de las bibliotecas (1971) en donde escribió espontáneamente una “nota final”, que dice: “Queremos expresar el testimonio de nuestra gratitud a las personas que integran el Departamento Técnico del Fondo de Cultura Económica, y muy particularmente a Lauro Zavala, quien con ejemplar diligencia y competencia notoria, cuidó este modesto libro como si hubiese sido propio, y nos sugirió durante el largo proceso de su impresión muy valiosas y atinadas observaciones”. Así se hizo, y en Madrid recibió la noticia de que su libro estaba en circulación.

Don Agustín ahora viajaba con mayor frecuencia entre España y Venezuela. De México sólo le quedaban los recuerdos y las obras. Sobre todo éstas que han servido y siguen sirviendo a varias generaciones de mexicanos. A veinticinco años de su muerte, que este sea un modesto homenaje al maestro de Las Palmas que volvió a conquistar las tierras donde se levantan los majestuosos volcanes del Popocatepetl y el Iztazihuatl y hacen grato aquel valle al que una vez Alfonso Reyes llamó la región más transparente del aire.

 

 

México, 14 de octubre de 2005.

 

 

La cita de Millares Carlo en su biógrafo más reconocido, José Antonio Moreiro González, Agustín MillaresCarlo: el hombre y el sabio, Islas Canarias, 1989, p. 67. [Colección: Clavijo y Fajardo, 5].

Al respecto, véase, en interesante trabajo de María del Carmen Cayetano Martín, “Antecedentes de los trabajos de don Agustín Millares Carlo en el Archivo de Villa”, en Boletín Millares Carlo, Las Palmas de Gran Canarias, número 13, 1994, p. 259

Sobre el alcance de este obra, confiérase al trabajo de Manuel Cecilio Díaz y Díaz, “El Corpus de códices visigóticos”, en Boletín Millares Carlo, Las Palmas de Gran Canarias, número 13, 1994, pp. 20-37.

Agustín Millares Carlo, Ensayo de una bio-bibliografía de escritores naturales de las Islas Canarias. (Siglos XVI, XVII y XVIII), Madrid, Tipografía de Archivos, 1932, p. 9.

Discursos leídos en la recepción pública de D. Agustín Millares Carlo, el día 17 de febrero de 1935, Madrid, Academia de la Historia, 1935, p. 8.

Discursos leídos en la recepción pública de D. Agustín Millares Carlo, el día 17 de febrero de 1935, Madrid, Academia de la Historia, 1935, p. 18.

Agustín Millares Carlo, Registro bibliográfico (1939-1940)”, en España Peregrina. Junta de CulturaEspañola, México, año primero, número 2, marzo de 1940, p. 91.

Dr. Don Juan José Eguiara y Eguren, Prólogos a la Biblioteca Mexicana, nota preliminar por Federico Gómez de Orozco, versión española anotada, con un estudio biográfico y la bibliografía del autor por Agustín Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1944, pp. 9 y ss. [Biblioteca Americana de Obras Latinas. (Ediciones Bilingües)].

Reyes Coria, escribió que la tarea fundamental de la Biblioteca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana “es participar activamente en la educación de la juventud mexicana, lo cual no es otra cosa que el mínimo esfuerzo por allanar el abismo que separa a los que tienen riqueza de más, de los que no tienen nada; es decir, ‘la guerra permanente contra la pobreza’, como dijera Koichiro Matsuura en su juramento como director general de la UNESCO” (Bulmaro Reyes Coria, “Antigüedad contemporánea”, La Gaceta del Fondo de Cultura Económica, mayo 2005, número 413, p. 12).

Marco Tulio Cicerón, De los Deberes, versión directa y notas de Agustín Millares Carlo, prólogo de Juan David García Bacca, México, El Colegio de México, 1945, p. 15. [Colección de Textos Clásicos de Filosofía, 9].

Carta de Daniel Cosío Villegas a Agustín Millares Carlo. 15 de mayo de 1946, en Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica. Expediente 46/165.

Carta de Agustín Millares Carlo a Arnaldo Orfila. Madrid, 22 de enero de 1953, en Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica. Expediente 46/165.

Joaquín García Icazbalceta, Bibliografía mexicana del siglo XVI. Catálogo razonado de libros impresos en México de 1939 a 1600. con biografías de autores y otras ilustraciones, precedido de una noticia acerca de la introducción de la imprenta en México, nueva edición, por Agustín Millares Carlo, México, Fondo de Cultura Económica, 1954, pp. 7 y 8. [Biblioteca Americana. Serie de Literatura Moderna, Historia y Biografía].

Juan Comas hizo la reseña al libro editado por Millares Carlos. Vale la pena detenerse en estos datos que señaló con atingencia. Icazbalceta conoció y describió 116 obras del siglo XVI. El paleógrafo español la completó con 63 impresos. En el apéndice que hizo el mexicano figura una relación de 85 obras “de los que no se conoce ningún ejemplar pero cuya existencia consta de modo más o menos seguro. El español encontró otros 48, en “forma fragmentaria, la fecha o el impresor de los cuales no puede precisarse, o sólo son susceptibles de ser indicados en modo conjetural”. En conclusión, dijo Comas, la obra se amplió “con los resultados que la investigación bibliográfica ha obtenido desde 1886 a la fecha”. Igualmente destacó que en esta edición se contaban con “obras que interesaban al antropólogo en el amplio sentido de la palabra. Así tenemos sobre todo en el aspecto lingüístico libros de índole religiosa como gramáticas y vocabularios en idiomas nativos”. En náhuatl encontró 47 registros, en tarasco 5, en otomí 4, en huasteco 3, zapoteco 5, mixteco 6, chiapaneco 2, popoloca 1, maya 1, matlazinga 1, lengua chuchona de Tepexi de la Seda 1, zoque 1, chinanteco 1, tzotzil 1, entre otros (Juan Comas, “Bibliografía mexicana del siglo XVI, por Joaquín García Icazbalceta”, en América Indígena. Órgano trimestral del Instituto Indigenista Interamericano, México, Vol. XV, número 2, abril, 1955, p.167).

Archivo Histórico del Fondo de Cultura Económica. Expediente 46/165. El subrayado es de Millares Carlo.