Azaña, el pragmático que pedía paz

El historiador Álvarez Junco recuerda, en unas jornadas sobre el presidente de la República durante la Guerra Civil, su visión de la política alejada del populismo.

Manuel Azaña, de pie, en el discurso del Ayuntamiento de Barcelona, acompañado (de izquierda a derecha) por Julio Álvarez del Vayo, Lluís Companys, Diego Martínez Barrio y Juan Negrín. [PÉREZ DE ROZAS. ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA]

A media tarde del lunes, 18 de julio de 1938, el presidente de la República, Manuel Azaña, subió las escalinatas del Ayuntamiento de Barcelona, el día en que se cumplían dos años de la sublevación militar que provocó la Guerra Civil. Acompañado de las principales autoridades del país, ya que el Gobierno se había trasladado a Barcelona, Azaña pronunció el que probablemente sea el discurso más hondo y emotivo de un político español, el de las célebres tres pes: “Paz, piedad y perdón”. Han pasado 80 años de aquella hora y cinco minutos de prosa brillante, declamada con pasión y sin leer papel alguno. Un discurso que es uno de los ejes de las IX Jornadas sobre la vida y obra de Manuel Azaña, que se celebran hasta el 30 de noviembre en la localidad madrileña de Alcalá de Henares, donde nació el 10 de enero de 1880. Las jornadas, organizadas por la asociación civil Foro del Henares, comenzaron este miércoles, con una conferencia del historiador José Álvarez Junco.

“Es un discurso potentísimo, muy bien construido, muy bueno literariamente, que destila un profundo dolor por las matanzas de la guerra”, subraya Álvarez Junco. Aquella tarde, Azaña buscaba que la opinión pública se hiciera eco de “una salida negociada y de la reconciliación, pero no había intención de ello por ninguna de las dos partes”, añade este catedrático emérito de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Políticos y Sociales de la Universidad Complutense de Madrid. “El Gobierno de [Juan] Negrín quería resistir a toda costa y los franquistas, aniquilar al enemigo”.

El contexto de aquellas palabras eran, por un lado, una República consciente de que la derrota era muy difícil de evitar —hubo un último gran intento por revertir la situación, que fue la batalla del Ebro, iniciada una semana después del discurso de Azaña— y, por otro, una prebélica tensión internacional, por el expansionismo de la Alemania nazi, que se había anexionado Austria. Así, en su último discurso en vida (murió en el exilio francés, en Montauban, el 3 de noviembre de 1940, solo 20 días después de dimitir) abordaba la guerra, pero mencionando la dimensión internacional que esta había adquirido.

Álvarez Junco dividió su intervención, en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá, en dos partes. En la primera puso “en su contexto” a Azaña, en la España “del aislamiento intelectual de tres siglos”. Un país “inexistente en el orden internacional”. Él fue uno de los intelectuales de la Generación del 14 “que tomó conciencia de que había que cambiar esa situación, la de un país rural y analfabeto, para construir España como nación”.

Después, habló del hombre. Azaña era un “estudioso, trabajador, que se lanza a la política al final de la dictadura de Primo de Rivera y llega a la idea de que la monarquía es incompatible con la modernización del país”, pero su “único y gran instrumento político fueron sus discursos”. Azaña “reconoce la diversidad del país, defiende el Estatuto catalán, pero está en contra del concepto islámico de nación, del alarido”. Toda su acción política se caracteriza por “una visión pragmática, que le alejaba del utopismo, de la revolución y el populismo”. Con ello se refiere a que “lo que hace falta en España es crear instituciones y que el pueblo participe en ellas, que sean democráticas”. No obstante, subrayó que el presidente de la República era una personalidad compleja. “Tenía tanta superioridad intelectual, que le convertía en un mal político, se volvía arrogante. Y le aburría la tarea política, lo de dedicarse a un partido”.

Sin embargo, el Azaña que se escucha en el discurso del 18 de julio de 1938 es cercano, sencillo, directo, refrendado por un “aplauso final enorme”. Ello no ocultaba que mantenía “un considerable distanciamiento con Negrín, partidario de resistir”. El historiador apunta las reticencias que creó Azaña por las “extralimitaciones” de su cargo. “Tomó iniciativas para que Inglaterra o el Vaticano mediaran en el conflicto”.

Su discurso fue recogido por varios periódicos al día siguiente, aunque curiosamente ninguno tituló con la terna por la que hoy es conocido. “La guerra es contra la nación española entera, incluso contra los propios fascistas”, destacó La Vanguardia. “Combatimos por la libertad de todos, incluso la de nuestros adversarios”, fue una de las frases en las que hizo hincapié El socialista que, haciéndose eco de los recelos del Gobierno hacia Azaña, omitió la palabra “paz” de las tres con las que había acabado el discurso, una palabra que para algunos era una señal de debilidad y de derrotismo.

 

Fuente: Manuel Morales, elpais.com

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1 Response

  1. Albert dice:

    Los intentos de negociar la paz por el gobierno republicano fueron constantes desde el inicio de la contienda, por parte de Azaña y por parte del propio Negrín (Trece puntos de Negrín). Olvidémonos de guerras de hermanos, de guerra inevitable y esas falacias simplistas. Fue una guerra de exterminio por parte de los golpistas, y una guerra de defensa por parte del legítimo gobierno republicano. Recordad el famoso discurso de Azaña: “Hacemos la guerra porque nos la hacen”.