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Patricio Escobal, el defensa blanco que quiso crear un sindicato en los años 20

Militante de Izquierda Republicana, el régimen de Franco le condenó a 30 años de cárcel. Acabó su vida solo y olvidado en EE.UU.

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Pie de foto: Patricio Escobal, en una imagen de archivo. Fuente: REVISTA GRAN VIDA

Un destacado futbolista que llegó a ser capitán del Real Madrid en los años 20 y olímpico con la selección española; un ingeniero que llegó a recibir reconocimientos en Estados Unidos; un militante de Izquierda Republicana que intentó crear el primer sindicato de futbolistas del país; y un preso durante la guerra civil que estuvo a punto de ser fusilado hasta en cuatro ocasiones. Todas estas intensas experiencias componen, a grandes rasgos, la biografía de Pedro Patricio Escobal. Dejó constancia de parte de ella en un libro llamado Las Sacas, publicado primero en EE.UU. en 1974 y 31 años más tarde en España. Próximamente va a volver a ser editado. Él falleció sólo y olvidado en Nueva York con 99 años, pero su historia merece ser rescatada para que sea conocida por las generaciones actuales.

‘Perico’ como fue conocido en sus años de carrera deportiva, nació en Logroño en agosto de 1903. Huérfano de padre desde los cuatro años, su juventud transcurrió compatibilizando estudios y la práctica del fútbol en el Club Deportivo Logroño, donde fue testigo de la inauguración del histórico campo de Las Gaunas. En ese equipo conoció a Ramón Castroviejo, autor del primer gol que se marcó en el recinto y que años más tarde se convertiría en su cuñado y en un afamado oftalmólogo. Escobal se trasladó a Madrid para estudiar en los Jesuitas de Chamartín y posteriormente en el Colegio del Pilar, donde se une a su equipo de fútbol, un vivero de jugadores para el Real Madrid. El club blanco se fija en él y le incorpora con 17 años. Jugaba de defensa y destacaba por su contundencia y por su planta física, ya que medía casi 1,90. Junto a Quesada formó una pareja de nivel en el equipo blanco. Tanto destacó que llegó a ser capitán de los merengues y fue seleccionado para disputar con España los Juegos Olímpicos de 1924 en París. Se convirtió así en el primer deportista olímpico riojano, aunque no llegó a jugar el único partido que disputó la selección, derrotada por Italia. 

En el conjunto madridista, donde le pusieron el apodo de ‘El Fakir’, tuvo una primera etapa que duró siete años en los que coincidió con Santiago Bernabéu, en su etapa de jugador, con el que hizo una gran amistad. Si en Logroño había asistido a la inauguración de Las Gaunas, en Madrid vivió en 1924 el estreno del campo de Chamartín. Fueron años felices, de fiestas, bailes, de casino y líos amorosos –llegó a terminar en comisaría tras abofetear a una mujer con la que tenía una relación porque ella le confesó que estaba con él para probar a qué sabe un futbolista–. En esa época Patricio ya empezó a mostrar sus ideas progresistas en el plano político, lo que le llevó a querer formar el primer sindicato de futbolistas y lograr un estatuto del jugador para tener un sueldo digno, aspiración que no llegó a conseguir. 

Dejó el Madrid en 1927, al parecer porque los directivos no le daban facilidades para poder acabar su carrera de ingeniero industrial. Fichó entonces por el Racing de Madrid, donde militó varios años. En 1930 volvió a la entidad merengue, con la que tuvo la oportunidad de jugar la tercera edición del Campeonato Nacional de Liga. En total, entre sus dos etapas, jugó 81 encuentros oficiales con los blancos, marcando dos goles. También participó en varias giras por el extranjero, tanto en América como en Europa. Posteriormente llegó a jugar en otro equipo de la capital, el Nacional. Ya con la carrera de ingeniero terminada, decide instalarse en Logroño. Allí volvería a forma parte del Club Deportivo Logroño en la temporada 33-34, con la que pondría fin a su trayectoria deportiva. En ese momento empieza una nueva etapa en su vida.

Recién afiliado a Izquierda Republicana, el partido que había fundado Manuel Azaña, es contratado en junio de 1934 por el Ayuntamiento de Logroño como ingeniero interino. Apenas dos meses después se saca la plaza por oposición. Poco le iba a durar el puesto. Al tomar las derechas el mando en el Ayuntamiento en septiembre, anularon el concurso y la plaza que había ganado. El enojo ante esa situación le lleva a una fuerte discusión con políticos como Ángeles Gil Albarellos y Eustaquio de Victoriano, de Acción Agraria Riojana, y Redón, del Partido Radical, a los que abofetea, lo que le lleva durante unos meses a la cárcel. Posteriormente vuelve a Madrid donde trabaja unos meses en una empresa privada. En enero de 1935 se casa con su novia, Teresa Castroviejo. Tras la victoria electoral del Frente popular en febrero de 1936 regresa a su tierra y recupera su puesto en el consistorio siendo indemnizado. Pero, de nuevo, apenas tiene tiempo de desarrollar su ocupación.

El 19 de julio las tropas franquistas toman el Ayuntamiento y Patricio se queda sin trabajo siendo ya padre de un niño. A los cuatro días, le detienen en casa de sus suegros. A su mujer le dicen que era para tomarle una declaración y que sería cuestión de media hora. Escoltado y esposado, recuerda pasar por delante del Círculo Logroñés, que frecuentaban las clases altas de la ciudad, y ver a personas asomadas a las ventanas con rostros de satisfacción. La realidad es que fue encarcelado en el frontón Beti Jai, acondicionado como prisión, donde las condiciones de vida eran pésimas. Recuerda que “no nos daban de beber más que agua sucia” y que el número de ratas era tan alto que “llegué a verlas correr por mi manta primero con indiferencia y luego casi con cariño”, además de dormir con potentes bombillas de luz encendidas que les irritaban los ojos. Allí sorteó varias veces a la muerte. 

Casi todas las noches llegaba a la prisión un militar que sacaba (de ahí el nombre de las sacas) a diez o doce presos de media y se los llevaban en un camión. Dos veces llegó a estar subido en uno de ellos pero finalmente le bajaron. En otras dos supo que su nombre estaba en la lista. En Las sacas relata que en una ocasión, “uno de los guardias me empujó con violencia hacia atrás, diciendo entre las risas de sus compañeros: ‘esta noche no’”. Se dice que las influencias y los contactos de su familia política le salvaron. En su expediente de responsabilidades políticas se le culpó de pertenecer a Izquierda Republicana, de formar parte de una logia masónica llamada Triángulo Zurbano y de contribuir a la quema de conventos en Madrid, algo que él siempre negó. Se le consideró “contrario al Glorioso Movimiento Nacional y enemigo de los fines que persigue”. Le condenaron a 30 años de cárcel.

Escobal ya arrastraba antes de ser detenido problemas en la espalda a causa de una infección, circunstancia que se agravó en prisión. Del Beti Jai fue trasladado a La Industrial, una escuela de artes y oficios también reconvertida en cárcel y posteriormente a la Prisión Provincial de Logroño. Su estado de salud empeoró al padecer una afección tuberculosa en la columna vertebral llamada mal de Pott, siendo ingresado en el Hospital Provincial de Logroño, donde le ubicaron en una zona de terminales. Una circunstancia fortuita iba a cambiar su suerte. El general italiano Gastone Gambara, enviado por Mussolini para ayudar a Franco, eligió al azar en Logroño una casa, que era propiedad de la familia de la mujer de Patricio. Al ser informado de su caso intercedió ante las autoridades españolas para que le cambiaran la pena de cárcel por un confinamiento en Pedernales, en Vizcaya. De aquel momento se recuerda la visita que hizo Millán Astray a las instalaciones, en la que se dirigió a él diciéndole que le sacaría de la cárcel si renegaba de sus ideas. Perico, no dudo en contestarle: “Me cago en Franco y en usted”. 

En Pedernales pasó año y medio, estando postrado en la cama la mayor parte del tiempo, hasta que en 1940, Gambara logró que se anularan los cargos contra él y le fuera concedida la libertad. A través de la embajada italiana se le facilitó documentación para que viajara en barco a La Habana. De aquel momento de la marcha junto a su mujer y su hijo, cruzando bajo el puente de Portugalete a bordo del buque Magallanes y aún maltrecho físicamente y con un corsé de celuloide que le rodeaba el cuerpo, recuerda en su libro: “Al fin y al cabo, pensé ¿qué puedo hacer yo en España? Por cualquier lado que se mirase solo se veían hipocresía, vanidad y humillaciones. No quedaba ni verdadera religión ni ciencia. El ideal y la decencia habían desaparecido”.

Desde Cuba viajó a EE.UU., donde se instaló en Cleveland, recibiendo la ayuda de su cuñado, Ramón Castroviejo. Poco después se iría a vivir a Nueva York, donde abrió un negocio de electrodomésticos. Revalidado su título de ingeniería, en el año 1957 entra a trabajar en el ayuntamiento de la ciudad, donde llegó a ocupar el cargo de ingeniero jefe, siendo responsable de la reforma de todo el alumbrado del barrio de Queens, por lo que recibió un homenaje. Apenas volvió a España. Sólo para enterrar  a su madre y en un par de ocasiones más. En 1968 escribió sus memorias, que en Estados Unidos fueron publicadas en 1974 bajo el nombre de Death row (fila de la muerte). Hasta 2005 no salieron a la venta en español. En EE.UU. hizo amistad con el poeta y pintor Eugenio Fernández Granell y se relacionó con otros exiliados. Un amigo en común de él y de Picasso le dijo que el artista estaba dispuesto a hacerle una pintura para cada capítulo del libro pero la idea finalmente no salió adelante.

Pedro Patricio Escobal murió en Manhattan, siendo ya viudo, el 25 de noviembre de 2002 a los 99 años, en soledad y en el anonimato. Su cuerpo pasó un tiempo en la funeraria sin que nadie lo reclamara antes de ser enterrado. 

Artículo original: Ricardo Uribarri https://ctxt.es/

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