BONET, Juan

(En Política, Nº 18, enero-febrero, 1996). Por Santos Martínez Saura

Su vocación era la filosofía, la lógica, la ética... disciplinas, por cierto, bien diferentes de la política. Pero un día, el director de uno de los más importantes centros de enseñanza de Madrid, supo que militares traidores habían abierto las puertas de España a Hitler y Mussolini y acudió al llamado del gobierno legítimo, que necesitaba hombres para defender la patria. Hizo lo contrario de lo que habrían de hacer las vedettes de la República -Marañón, Ortega y Gasset, Azorín y otros más-, quienes, al oírse los primeros disparos, pusieron pies en polvorosa dejando que el pueblo y los intelectuales delirantes lucharan por la independencia y la soberanía nacional en peligro, mientras ellos exhibían su «patrioterismo» y se enteraban por la prensa del curso de la guerra, en los bulevares parisienses, desde donde, cuando venciesen las armas republicanas, naturalmente que regresarían a ocupar de nuevo la silla gestatoria y a pontificar.

Así es como Bonet llega al Gobierno Civil de Castellón de la Plana. Del aula donde hablaba de Kant y Spencer, al despacho oficial donde dialogaría, en tono violento muchas veces, con los que más que hacer la guerra, querían hacer «su revolución»y, entretanto, que les permitiesen toda clase de desmanes. Pocos gobiernos civiles hubo tan difíciles como el suyo, debido a que los frentes de batalla estaban lejos, a la riqueza de la región levantina y a que, por ambas cosas, las partidas de facinerosos intentaban campar por sus respetos. Mas resultó que el profesor de lógica era todo un hombre y su autoridad se impuso, con lo que la legalidad y el orden, a pesar de ser artículos raros en un país en guerra, dominaron en la provincia.

Asesinada la República que significaba libertad, justicia y decoro por culpa del mundo entero, salvo de México, muchos de sus defensores emprendieron el camino del exilio, y entre ellos iba Bonet. Como a otros republicanos españoles, le tocó ser víctima del envilecimiento y el deshonor en que habían caído los franceses por cobardía de sus políticos, degradación moral que llegó a su más alto nivel en los ominosos días de Laval y Petain.

Pues se hallaba don Juan en un hospital donde por caridad lo atendían de un mal de la próstata, cuando, a las pocas horas de haberle operado, se le presentó la policía francesa para llevárselo detenido en virtud de una acusación del cónsul franquista en Perpignan. Ni la oposición de los médicos, ni las ruidosas protestas de los enfermos de la sala y de todo el personal del establecimiento sirvieron para nada, porque, en efecto, los esbirros del «glorioso mariscal» lo sacaron a empellones de allí y lo encerraron en una de esas cárceles «del país de la libertad» que son las más horripilantes del mundo. Pero no paró ahí la intervención del miserable funcionario del imperio azul, sino que el muy ruin acudió a la Gestapo y a los SS que ya habían sentado sus reales en Francia, diciéndoles que Bonet era un comunista peligroso, con mucho ascendente en el maquis, cuando lo cierto era que pertenecía a Izquierda Republicana de Azaña y no había actuado en política más que en la forma que relatamos aquí. ¿Qué por qué entonces lo perseguía el cónsul? Pues porque le habían matado un pariente en Castellón, antes de que Bonet cayera por allí y el desalmado quiso vengarse en el gobernador de su provincia que ahora estaba a su alcance. El tal -ojalá algún día se le puedan ajustar las cuentas sin esperar a que entregue su alma por las buenas-, era uno de esos señoritos de Falange que asesinaban a presos y rehenes teniendo cubiertas las espaldas por italianos y alemanes. A tal extremo llegó su maldad que, estando Bonet en la prisión francesa, le mandó decir varias veces con un jesuita, que se presentara a la justicia franquista o de lo contrario haría que lo llevasen a los campos de exterminio nazis, que fue lo que hizo. Muchos «camisas azules» se empeñaron en esta tarea con oscuro y vehemente fanatismo.
Ya tenemos al director del Instituto Lope de Vega de Madrid, en la barraca 10 de Mauthausen. A Alemania fueron deportados 48.000 españoles, de los que 7.189 llegaron a este campo y sus «kommandos» después de luchar en el Ebro, Teruel, Belchite, etc. y haberlos aprehendido en Francia en las compañías de trabajo, en la Legión Extranjera, en el maquis, etc., por haber creído que en la Segunda Guerra Mundial se defendería de verdad la libertad de los pueblos, lo que al final vieron que era mentira. Bonet, con más de cincuenta años encima, conoce la ferocidad de los SS, mayor si cabe que la de sus perros lobos; aguanta patadas y culatazos y en más de una ocasión está a punto de que lo liquiden a tiros o en la horca o en el horno crematorio o en la cámara de gases del castillo de Harlhelm. No era mala manera de filosofar la suya, arrancándole piedras a una cantera para construir aquella carretera en donde la bazofia de la comida, la nieve y el viento y los bastonazos de los «verdes» y los «negros», dejaron tendidos para siempre a más de 6.000 españoles. Menos mal que tanto sacrificio se hacía por la gloria del III Reich y que así lo entendían Franco y los de su cabila, «ayudándoles» desde España.

Era tan hombre Bonet y de tal modo se negaba a doblegarse ante el espectáculo de tal prepotencia que enseguida tuvo el respeto y la admiración de los españoles de Mauthausen, por lo que lo hicieron del comité clandestino de resistencia. La labor del grupo -dicen los informantes-, era de solidaridad e información, de ayuda a los más necesitados, de lucha por los puestos de control del campo, de dar a conocer el carácter de la guerra y la calidad del enemigo que los tenía encerrados, de sostener la moral de los presos y mantener la fe en los principios por los que habían luchado en España: pronto comenzaría la orientación para el sabotaje y la pasividad en el trabajo. Se comprenderá que para desafiar a el odio de las bestias nazis, había que tener un valor y una inteligencia poco comunes y Bonet tuvo de lo uno y de lo otro.

Cuatro años permaneció en aquel infierno y no ciertamente dando clases de filosofía que a esas alturas ya estamos viendo que las da cualquiera, sino de hombría, que no las da casi nadie. Y cuenta Antonio Vilanova en su magistral y espeluznante libro “Los Olvidados” de Ruedo Ibérico-que ningún español debería dejar de leer por poca vergüenza que le quede- que de esos 7.189 compatriotas nuestros, prisioneros de Mauthausen, sobrevivieron 2.374, porque debido a las muestras de desesperación y furia que estaban dando en los últimos días de su encierro, se acorbadaron los verdugos Bachmayer y Zlerels y dejaron de cumplir las órdenes que tenían de exterminarlos. Por ello el 18 de mayo de 1945, día de su liberación, pudo este puñado de héroes y Bonet con ellos, salir del campo de la muerte cantando el himno de Riego. Sobre la entrada de Mauthausen hay una estela con esta inscripción grabada en cuatro idiomas: «Homenaje a los republicanos españoles muertos por la libertad».

Con los españoles, liberaron a rusos, polacos, franceses, yugoslavos, etc. que volvieron a sus países. Mas aquéllos supieron pronto que la guerra, los millones de muertos, la destrucción y el dolor y el luto, todo ello iniciado en España, dejarían en su sitio a Franco, el lacayo de Hitler y Mussolini, para que enseguida lo cortejaran las grandes potencias desde Estados Unidos hasta la Unión Soviética. Y entonces Juan Bonet vino a México, islote de dignidad en el océano del cinismo. Se extendió la hospitalidad a su mujer y a su hija, que no sin dificultades pudieron salir de España, así es que el hogar quedó reconstruido. Por su parte, los doctores Puche y Segovia, prolongaron la vida al prisionero de Mauthausen, el segundo como cirujano, reforzándole planos musculares del abdomen, deshecho a patadas por los cafres del nazismo. Y el maestro volvió al aula para explicar, además de las otras materias, esta llamada «civismo» ¿habría muchos que supieran de esto más que él?

En su Instituto Luis Vives de Tacubaya estuvo formando, como director, por más de veinte años, a jóvenes mexicanos y españoles que tuvieron la suerte de ser discípulos suyos, muchos de los cuales sobresalieron luego en la Universidad y ahora ocupan puestos relevantes en el progreso cultural y técnico del país. Hasta que hace unos días, realizando una gestión que dará más vida a su Instituto si otros siguen su ejemplo, la suya, la que no pudo achuntarle el campo alemán de concentración se extinguió en mis brazos. Presentía la muerte y me había dado el encargo de que llegada la hora, expresase estos sentimientos suyos: «Deseo manifestar a las autoridades académicas tanto de la Secretaría de Educación Pública como de la Universidad Nacional Autónoma de México, mi agradecimiento por sus consideraciones al Instituto. Por mi hospitalidad en México, que me permitió vivir, ejercer mi profesión y tener un lugar para los míos, mi agradecimiento. No reniego de España, he conservado la nacionalidad española y espero su liberación y para ello el entendimiento de todos los que aman bajo el régimen republicano. Republicano fui y republicano muero».
He de añadir que no había visto en mi vida manifestación de duelo tan sentida como ésta, en la que tantísimos jóvenes derramaron lágrimas por la pérdida del hombre extraordinario.

Y aquí nos deja Juan Bonet recordándolo, mientras las fuerzas del alma nos acompañan que muchas son las que se necesitan para no morirse uno de asco ante el espectáculo que están dando ciertos ex refugiados

Publicado en El Día. México, 12 de mayo de 1970, reproducido con autorización del autor.