CLIMENT, Juan Bautista

(En Levante-El Mercantil. Valencia, 25 de febrero de 2009). Por José Ignacio Cruz. [Fotografía, Ricardo Vinós]

[Navarrés (Valencia), 1915-Ciudad de México, 2008]

En los últimos días del pasado 2008 falleció en la ciudad de México Juan Bautista Climent, abogado valenciano que había nacido en 1915 en Navarrés. Afincado en el Distrito Federal desde 1940, donde llegó formando parte del exilio republicano español tras la Guerra Civil, desarrolló en aquellas tierras una importante labor profesional, siendo uno de los máximos expertos en derecho laboral mexicano. Publicó varios libros de referencia sobre la materia y durante mucho tiempo fue un destacado miembro de la administración de justicia, ocupando siempre puestos de asesor. Como ejemplo de su dedicación y del prestigio que alcanzó, se le otorgó en 1996 el Premio Nacional de Derecho. Y años más tarde, fue condecorado por el propio presidente de México, con ocasión de cumplir sesenta años de servicio ininterrumpido.

Pero esas muestras de reconocimiento profesional, no nos deben ocultar el duro itinerario que nuestro paisano había recorrido hasta llegar el momento de los reconocimientos. Como los años de la Guerra Civil, en los que Juan Bautista Climent, joven abogado de firmes convicciones republicanas y dirigente de las Juventudes de Izquierda Republicana -el partido de Azaña-, desempeñó diversos cargos en el frente y en la retaguardia. O cuando llegó la hora de la derrota. Al acabar la guerra, era el capitán auditor del cuerpo de ejército que mandaba el cenetista Cipriano Mera. Llegó como pudo desde el frente de Madrid a su pueblo natal, donde estuvo escondido unos meses, antes de aventurarse a atravesar una España plagada de controles, salvoconductos y vigilancia. Tras pasar mil peripecias, cruzó clandestinamente la frontera con Portugal, emprendiendo posteriormente la travesía hacia México. Allí tampoco fueron nada fáciles los primeros años. Como tantos otros exiliados, trabajó mucho cobrando muy poco. Su asidero fue el periodismo, escribiendo en revistas y periódicos, peleándose arduamente con sus dos dedos índices ante el teclado de la máquina de escribir.

Durante años compartió habitación con otros exiliados en una modestísima pensión del centro de la ciudad de México, empleando la maleta de uno de ellos como mesa para las comidas. Posteriormente, vinieron años más tranquilos. Pudo retomar la senda del derecho, iniciando la exitosa carrera profesional ya citada. Formó una familia, vinieron los hijos, cuatro, y los nietos, ocupándose siempre de todos con solicitud, hasta el final de sus días. Hombre muy ponderado, supo integrarse bien en la sociedad mexicana, aunque en ningún momento renunció a sus orígenes. Siempre llevó sin ostentación, pero con orgullo, su condición de exiliado. Colaboró en las instituciones del exilio y siempre se mostró solidario con empresas y personas, ganándose el afecto y la consideración de todos.

Además del derecho, Juan Bautista Climent sentía verdadera pasión por la literatura y como conservaba sus contactos de la época en que frecuentaba las redacciones, en la década de 1990 volvió a escribir una columna en el periódico Novedades de México. Bien informado pese a la distancia y persona de lecturas provechosas, dedicó muchas de esas columnas a Valencia, realizando durante años una destacada tarea publicística sobre nuestra tierra, su realidad, sus hombres y su historia. Varias recopilaciones de esos artículos fueron publicados posteriormente como libros. Uno de ellos, editado aquí en 1992, en justa correspondencia, por la Generalitat Valenciana.

Juan Bautista Climent fue un hombre de derecho, republicano de la estirpe liberal, de los que se empeñaron en actuar de acuerdo con las leyes, aún en los muy crispados días de la Guerra Civil. Fue de los que intentó reconstruir el Estado de derecho en la zona republicana. Tarea, la suya y la de otros cuantos, presidida por una auténtica grandeza de miras, que en mi opinión no ha sido suficientemente valorada. Su actuación y su manera de afrontar los avatares de la vida siempre me llamaron la atención. A diferencia de otros, nunca le oí una palabra de odio, ni atisbé el más mínimo sentimiento de venganza. He recordado mucho su amplitud de miras, su ponderación, su bien ajustado equilibrio entre pasado y futuro, al seguir debates que desde hace un tiempo sacuden la vida pública en torno a la recuperación de la memoria histórica. Y más de una vez las he echado en falta.