JIMÉNEZ, Juan Ramón
(En Política, Nº 61. Enero-marzo, 2009). Por José Esteban
[Moguer (Huelva), 1881-San juan de Puerto Rico, 1958]
Frente a algunas opiniones interesadas, que lo presentaron siempre como un hombre aislado en su torre de marfil, Juan Ramón Jiménez fue un verdadero republicano, que murió en el exilio y se negó a volver a la España franquista. Ya su marcha en 1936, se debió a cumplir un encargo de su amigo y presidente de la República, Manuel Azaña, y las muchas tentativas para integrarlo a la España de los vencedores fueron inútiles: el poeta volvió a su patria embalsamado y con más gloria que nunca.
Su fidelidad a la República, la afirma en una entrevista en el diario puertorriqueño La Prensa (1 de febrero de 1953): "Un poeta es un hombre y anda entre los hombres. Yo no hago la diferencia platónica del poeta nocivo para la república.
»Siempre acudí a lodo llamado social, di mi firma a cuantos documentos públicos me parecieron justos y escribí sobre política con mi conciencia plena. Desde 1936 he publicado más sobre guerra y paz, derechos y deberes, que sobre poesía: y mucha más prosa que verso".
Discípulo de Giner de los Ríos, aprendió su lección ética, para aplicarla a todos los actos de su vida y fue siempre leal a la República.
En 1899, inició sus colaboraciones, hasta entonces reducidas a publicaciones andaluzas, en la madrileña y republicana Vida Nueva. Ya en Madrid, al cuidado y protección del doctor Simarro, nuestro poeta no se afilió a ningún partido, defendiendo siempre su libertad y su independencia creadoras, pero siempre estuvo situado en las filas de la izquierda. Así se lo confesó a Diez Canedo, en 1920: "Pienso que es necesario ponernos de manera más evidente entre las izquierdas claras; y que nuestros trabajos vayan con ellas, con toda su pureza y claridad".
Conocemos la opinión del poeta acerca de las elecciones del 12 de abril de 1931, que trajeron la República. En conversación con Juan Guerrero afirma el día 13: "Eso está bien, que se haya manifestado francamente la opinión, y a ver ahora que hace "esa persona oscura que anda por ahí escondiéndose", pues ya ha llegado el momento de preparar las maletas, no creo que le quede otra cosa qué hacer...". Y participó de la alegría de la mayoría de los españoles.
Pero aún hay más. "Lleno de fervor republicano, el día 17 compuso un poema que tituló "Bandera española", y es un himno a las tres franjas que representan la libertad, la igualdad y la fraternidad. Estos lemas de la República fueron identificados por el poeta con las alegorías del trabajo, la alegría y el amor. Los envió al Heraldo de Madrid, el viejo diario vespertino de ideología republicana, pero de forma anónima, ya que sólo firmaba "Un español".
No lo publicó el diario, y quedó inédito hasta que tuve el honor de reproducirlo en 1987, abriendo el primer volumen de los Cuadernos de Zenobia y Juan Ramón". (Arturo del Villar, Juan Ramón Jiménez, republicano). Dice así: "Hermosa flor, / la ardiente primavera / nos ha tomado la bandera / de la esperanza entera: / ¡Trabajo, alegría y amor! / ¡Viva / la libertad verdadera! / ¡Viva / la igualdad verdadera! / ¡Viva / la fraternidad verdadera! / Sobre el tedio, la sombra y el rencor, / ¡al cielo de la paz la bandera, / al mar hermano la bandera / de nuestra vida entera! / ¡Trabajo, alegría y amor!".
Pensado como un himno, podemos decir que es el primer poema de carácter político escrito por Juan Ramón.
A esta primera entrega a la causa republicana seguirían sus manifiestos, tanto políticos como poéticos. Detenido el presidente Azaña por el gobierno derechista de Gil Robles, en octubre de 1934, firmó un manifiesto dirigido "A la opinión pública", contra esta detención. Igualmente dio su firma y apoyo ante la leve condena contra el teniente de la Legión que asesinó vilmente al periodista Luis Sirval. Asimismo se manifestó contra la terrible represión en Asturias, en 1935, y contra la condena al poeta y escritor Antonio Espina. Su fiel Juan Guerrero, lo anotó así: "(...) Hay mucha gente que ante una cosa así, sólo mide su conveniencia, y firman solamente aquello que creen les puede servir de utilidad o de vanidad, pero hay que pensar sólo en al justicia de las cosas". (Juan Ramón de viva voz). Igualmente alzó su voz contra la corrupción que alcanzó a Lerroux durante el llamado "bienio negro".
En marzo de 1936 se adhirió a la Unión Universal por la Paz, junto con Azaña, Machado, Casona y otros intelectuales comprometidos. En mayo, Azaña es elegido presidente de la República y Juan Ramón le dedica su último libro Canción, "A Manuel Azaña, de su amigo de siempre, Juan Ramón Jiménez".
En julio sobreviene la brutal sublevación militar, y el 31 del mismo mes, Juan Ramón firma un documento revelador y transcendental acerca de su posición republicana: "Los firmantes declaramos que, ante la contienda que se está ventilando en España, estamos al lado del Gobierno y del pueblo, que con heroísmo ejemplar lucha por sus libertades". Le acompañaban en este escrito Marañón, Pérez de Ayala y Ortega, que acabaron aliados de la dictadura. Pero Juan Ramón Jiménez, no; se mantuvo fiel a la República y en el exilio hasta su último suspiro.
Ofrecidos Zenobia y Juan Ramón al gobierno legítimo, desempeñaron diversos trabajos en el Madrid en guerra, y allí hubieran seguido hasta el final. Pero Azaña pensó que había que evitar al poeta peligros inútiles (un anarquista le amenazó de muerte) y que podría ser más eficaz para la República en los Estados Unidos. Así le propuso la embajada, que Juan Ramón rechazó. Sin embargo consintió ser agregado cultural honorario en Washington. Este fue el comienzo de su largo exilio.
Mientras su casa de Madrid era saqueada por falangistas ligados al mundo de las letras (Carlos Sentís, Carlos Martínez Barbeito y Félix Ros), y el poeta insultado y denigrado en la prensa franquista, Juan Ramón y Zenobia vivían un fructífero exilio en tierras americanas y su fama y su obra crecían internacionalmente. El premio Nobel fue concedido el 25 de octubre de 1956, estando ya agonizante su compañera Zenobia y el poeta en un estado físico lamentable.
Los muchos exiliados republicanos españoles, repartidos por los cuatro continentes, consideraron el premio como algo colectivo y dedicado a la gran literatura del exilio. Victoria Kent supo expresarlo perfectamente: "Queremos como siempre ser objetivos, pero más en estas circunstancias, y sometiendo al mayor rigor nuestro juicio tenemos que reconocer que es a la literatura española exiliada y perseguida a la que se otorga el Premio Nobel, y que es esa literatura la más alta expresión de la espiritualidad española". (Revista Ibérica, N. Cork, 15 de noviembre de 1956).
Inconsciente y sedado, parece ser que dio algunos gritos llamando a su madre, tal y como cuentan que también hizo su maestro, don Francisco Giner de los Ríos en sus últimos momentos, y mencionando también a Moguer, murió el 29 de mayo de 1958, en Puerto Rico. Sus restos fueron traídos a España, despreciando su última voluntad, e inhumados en su pueblo natal de Moguer.