KENT, Victoria

(En Política, Nº 44. Junio-agosto, 2001). Por José Esteban

[Málaga, 1898-Nueva York, 1987]

Hija de un modesto comerciante de tejidos malagueño, cursó estudios en la Escuela Normal de Magisterio. Más tarde, ya en 1917, viene a Madrid a estudiar derecho y se instala en la Residencia de Señoritas, el Lyceum Club, que fundara Maria Maeztu, en 1915, y de la que llegó a ser secretaria-residente. Carmen de Zulueta la recuerda por esas fechas " delgada, alta, vestida de traje sastre, camisa con corbata negra y una gran boina de terciopelo negro en la cabeza". (1). En la Universidad madrileña es discípula predilecta de Sánchez Román y de Jiménez de Asúa, que sería su amigo hasta el final de su vida.

Su apellido era de origen irlandés, pero en aquellos años de sus estudios no sabia una sola palabra de inglés, y se inició en los estudios de esta lengua en el Instituto Internacional, vecino a la Residencia.

Parece ser que mantuvo su acento andaluz, a pesar de tantas vicisitudes, durante todo su largo exilio.

En 1924 se doctora en Derecho y es la primera mujer española abogado de Madrid, junto con Clara Campoamor. Tan fuerte es el impacto que el propio Colegio la abona la cuota de entrada.

Ya en esta su actividad jurídica, se convierte en la pionera de los abogados laboralistas, destacando su actuación en el Sindicato Nacional Ferroviario y funda el Sindicato Nacional de Mujeres abogados. Defiende en 1930 a Alvaro de Albornoz, miembro del Comité Revolucionario Republicano, detenido y procesado junto con los que después formaron el primer Gobierno de la República, a raíz de la sublevación de Jaca, siendo la primera mujer que actúa ante un Consejo de Guerra.

Militante del partido Radical Socialista, Alcalá Zamora le ofrece personalmente, en 1931, la Dirección General de Prisiones. Inicia así, heredera de Concepción Arenal, su particular revolución carcelaria: fuera celdas de castigo, fuera grilletes y cadenas y fuera la lamentable alimentación. Levanta un busto a su antecesora en el Parque del Oeste, establece la libertad condicional para sexagenarios y dota a las cárceles de calefacción. Impone la libertad vigilada y buzones para que los presos puedan dirigirse a ella con sus quejas, fuera de la vigilancia de los carcelarios. Y como medida espectacular, siéndolo todas ellas, excarcela a todos los mayores de setenta años. Su fama llega a la calle y se la canta en un famoso chotis, parte de una revista frívola Las Leandras, que canta la popular Celia Gámez: Se lo pues decir / a Victoria Kent /, que lo que es a mí / no ha nacido quién.

Antes de dimitir crea la cárcel de mujeres de Ventas (Madrid), con mejoras especiales para reclusas que son madres y funda el Cuerpo Femenino de Prisiones y el Instituto de Estudios Penales, cuya dirección encomienda a su maestro Jimenéz de Asua. "Hay que proteger a la sociedad, sí; pero también debe protegerse al prisionero frente a la prisión", manifestaba.
En la Cortes y frente a Clara Campoamor se opone al voto femenino. Su opinión, luego contrastada con el triunfo de las derechas, es que la mujer española, semi-analfabeta, votará lo que le digan sus confesores. Esto le acarrea cierta impopularidad. Pero Victoria Kent no se arredra y sigue con su impagable labor a favor de los presos.

En febrero de 1936, y tras un periodo de alejamiento parlamentario, Victoria Kent, en las listas de Izquierda Republicana, es elegida diputada por Madrid.
Iniciada la guerra civil, es enviada a París, a mediados de 1937, para ocuparse de los niños españoles repatriados por diversos países europeos. Perseguida por los nazis, su nombre figura en sus terribles listas negras, se ve obligada a vivir asilada diez meses en la embajada de Méjico. De todo ello ha dejado testimonio en su libro Cuatro años en París, publicado gracias a la intervención de Victoria Ocampo a favor de los exiliados españoles al frente de la Editorial Sur, de Buenos Aires. Por gestiones del propio Prieto, embarca para Méjico, en cuya Universidad imparte clases de Derecho Penal, se ocupa de reunir a familias dispersas y ayudar a los refugiados y crea una escuela para personal de prisiones.

Su exilio la lleva después a Nueva York. Allí, según Carmen de Zulueta, don Fernando de los Ríos, la recomendó para enseñar español a Luisa Crane, defensora de la República española e hija de un magnate americano y junto a ella pasó Victoria los últimos años de su muy larga vida.

En tierras americanas, las Naciones Unidas le encargan estudiar el lamentable estado de las cárceles de América Latina, cargo que abandona poco después por ser tan excesivamente burocrático que la aleja de la realidad que ella busca.
Se instala en la Quinta Avenida con su amiga Luisa Crane. Allí funda la Revista Ibérica en versiones inglesa y española que pronto se constituye en una insustituible plataforma para los españoles republicanos y ya, hasta su muerte, el eje central de su vida.

Entre tanto la dictadura de Franco se prolongaba más de lo esperado. Victoria Kent volvió alguna vez a España, con su viejo republicanismo inmutable, con su pelo blanco, pero siempre con sus ansias reformistas y siempre lúcida.
Murió en Nueva York el 26 de septiembre de 1987, siendo una de las mujeres españolas más importantes de este siglo, con Federica Montseny, Margarita Nelken, Dolores Ibarruri y Clara Campoamor.

Hoy olvidada, gracias a ella muchos desgraciados, condenados por la siempre justicia española, se vieron libres de cadenas y recuperaron su dignidad humana.

Notas.
(1).- Carmen de Zulueta, Compañeros de paseo, Biblioteca del Exilio. Editorial Renacimiento. Sevilla, 2001.