SALMERÓN ALONSO, Nicolás

(En Política, Nº 54. Septiembre-octubre, 2004). Por Fernando Fernández Bastarreche

[Almería, 1837-Pau, 1908]

Nació Nicolás Salmerón Alonso en abril de 1837, séptimo hijo del matrimonio civil formado por Francisco Salmerón López y Rosalía Alonso Cortés. El padre, médico de profesión y de ideas liberales, había marchado años antes a tierras almerienses desde Torrejón de Ardoz, para establecerse en el pueblo de Alhama la Seca, donde se sentía más a resguardo de la política represiva del absolutista Fernando VII.

Huérfano de madre contando pocos meses, Nicolás crecería bajo la severa disciplina de su hermana mayor, María, siempre bajo la no menos severa tutela de su padre, que se encargaba de enseñar las primeras letras a sus hijos. En 1845 iniciaría sus estudios en el recién creado Instituto de Almería para luego, obtenido el título de Bachiller en Artes, trasladarse primero a Granada y posteriormente a Madrid, donde bajo la protección de su hermano mayor Francisco, cursaría los estudios de Filo­sofía y Letras. Son estos los años en que establece contacto con algunos de los más relevantes intelectuales de la época, como Julián Sanz del Río -de cuya mano se introduciría en la corrien­te filosófica del krausismo- o Francisco Giner de los Ríos, con quien colaboraría en la fundación de la Institución Libre de Enseñanza.

Son también los años de sus primeros pasos en la vida política, dentro de la órbita del recientemente aparecido partido Demócrata, simultaneando la actividad política con los estudios de Derecho y vinculándose definitivamente a Madrid, donde se establecería profesionalmente y se casaría. De su matrimonio con Catalina García llegarían a nacer trece hijos, de los que sólo siete sobrevivirían.

Desde estos primeros momentos la personalidad de Salmerón queda definida por una gran capacidad de trabajo, unida a una sólida formación intelectual y a una honestidad y coherencia en su conducta que en ocasiones llegaría a resultar contraproducente para su carrera política.

No tiene, en función de lo dicho, nada de particular que Nico­lás Salmerón se encontrara entre las víctimas de la política repre­siva que caracterizó los últimos años del reinado de Isabel II. Separado de su cátedra en la llamada "primera cuestión universi­taria", y necesitado de medios de vida, abrirá el Colegio Interna­cional, que se ha considerado en cierto modo un precedente de lo que años más tarde será la Institución Libre de Enseñanza. Acusa­do de conspiración, será detenido y encarcelado. Marchando pos­teriormente a su pueblo natal, a reponer su salud, quebrantada por la estancia en prisión.

En medio de esta actividad política y profesional, es también en estos años cuando Nicolás Salmerón define su postura ante la iglesia católica a través del análisis que hace de la doctrina pontificia formulada a través del "Syllabus" y de la encíclica "Quanta Cura" en la que la Santa Sede condenaba las nuevas corrientes ideológicas. A través de dos artículos publicados en la "Revista Democrática", Salmerón plantea el antagonismo entre la civilización moderna, asentada en la razón y la libertad de conciencia, y la doctrina católica, expresada en los docu­mentos citados.

La convulsa situación política que siguió al derrocamiento de Isabel II, le llevaría al primer plano de la actividad política. Sus intervenciones en las famosas reuniones del circo Price, en octubre de 1868, en las que los republicanos discuten sobre el carácter de una hipotética república en España, ponen de mani­fiesto su sentido común, al defender doctrinariamente la fórmu­la federal, pero reconociendo la conveniencia de adoptar en un primer momento la fórmula unitaria, más adecuada a la escasa formación política del pueblo español.

Diputado por Badajoz, su actuación en las Cortes de 1871, especialmente sus intervenciones en el debate parlamentario sobre la legalidad de la I Internacional, le consagran como uno de los grandes oradores del siglo XIX. Nuevamente sus inter­venciones nos definen la personalidad de Salmerón. Contrario a la Internacional -dentro de lo que fue la reacción por parte de la burguesía y las clases medias a los sucesos de La Comuna de París-, mantiene no obstante la legalidad que la Constitución de 1869 presta al derecho de las clases obreras a asociarse libre­mente.

Con la proclamación de la República, Salmerón alcanzaría su máximo protagonismo. Ministro de Gracia y Justicia bajo la presidencia de Figueras, se mostró decidido defensor de la independencia del poder judicial ante el político y trabajó en pro de la abolición de la pena de muerte. Presidente de las Cor­tes durante la etapa de Pi y Margall al frente del Ejecutivo, seguirá mostrándose partidario de una política de prudencia en el proceso de implantación del federalismo en España. Progre­sivamente fue convirtiéndose en líder de un sector moderado del republicanismo que lo auparía a la Presidencia de la Repú­blica tras la dimisión de Pi y Margall, desbordado por el fenó­meno cantonalista.

Presidente del Ejecutivo desde julio de 1873, dio los prime­ros pasos encaminados al restablecimiento de una situación de " orden sin la que la supervivencia de la República resultaba inviable, dimitiendo tras siete semanas en el poder antes que poner su firma en la sentencia que condenaba a muerte a varios soldados desertores en el frente de batalla carlista. Finalmente, volvió a presidir las Cortes durante la etapa de Castelar, siendo factor determinante en la caída de éste del poder al negarle su apoyo en la moción de confianza planteada a finales de 1873, en una de sus actuaciones políticas mas controvertidas.

La Restauración de los Borbones significó el retorno a la persecución que, como en los años finales del reinado de Isabel II, le supusieron nuevamente la separación de la cátedra, pena similar a la que sufrieron otros profesores -como Giner de los Ríos o Azcárate- que, como Salmerón, se erigieron en defenso­res de la libertad de cátedra. Desterrado en Lugo, hubo de dedi­carse al ejercicio de la abogacía para sobrevivir y, como ya hiciera a raíz de la primera cuestión universitaria, buscó con otros compañeros una vía alternativa a la enseñanza controlada por el Estado a través de la creación de la Institución Libre de Enseñanza. Poco después suscribiría el manifiesto del Partido Republicano Reformista de Ruiz Zorrilla, lo que llevaría al gobierno canovista a ordenar su detención. Para evitar un nue­vo ingreso en la cárcel, Salmerón abandonaría España, perma­neciendo la casi totalidad de su exilio en París.

Afianzada la Restauración como sistema político, el gobierno liberal de Sagasta decidió reintegrar a sus cátedras a los profeso­res expedientados. Sin embargo, Salmerón no regresaría a España hasta cuatro años más tarde, momento en el que no sólo retomaría su labor docente, sino que supondría su reintegro a la vida políti­ca parlamentaria, que ya no abandonaría hasta su muerte, fundan­do el Partido Centralista tras su ruptura con Ruiz Zorrilla como consecuencia del pronunciamiento de Villacampa.

Su prestigio, y la progresiva desaparición de las grandes figuras históricas del republicanismo, consolidaron e incremen­taron la influencia de Nicolás Salmerón que, en 1903, fue designado líder de la Unión Republicana, intento de superar la histórica fragmentación del republicanismo español a lo largo de la Restauración, que se tradujo en un importante avance en las elecciones generales de 1905, consiguiéndose 30 escaños. Con setenta años, Salmerón vuelve a erigirse en defensor de la libertad de expresión en los debates sobre la Ley de Jurisdic­ciones y, en parte como consecuencia de su aprobación, se pro­ducirá la alianza con los regionalistas catalanes a través de Solidaritat Catalana. Que, con el político almeriense como líder, consiguió unos resultados más que aceptables en las elec­ciones generales de 1907.

El 20 de septiembre de 1908, a los 71 años, moría el político republicano, que sería enterrado pocos días más tarde en Madrid, en medio de una multitudinaria manifestación.

De su labor como filósofo, como docente, como abogado y, muy especialmente como hombre público, destaca sobre todas sus características, la honestidad con que siempre actuó y la coherencia entre doctrina y acción, convirtiéndose Nicolás Sal­merón en el prototipo del político honesto que nunca anteponía sus intereses personales al bien general.