El presidente de la República española necesitaba salir de un Madrid cuya atmósfera sociopolítica se había cargado de una tensión insoportable y todo estaba preparado para su llegada a Santander el miércoles 22 de julio de 1936, pero los acontecimientos se precipitaron y nunca pudo disfrutar de sus vacaciones.

En el verano de 1936, el presidente de la República española necesitaba salir de un Madrid cuya atmósfera sociopolítica se había enrarecido y cargado de una tensión insoportable. Después de haber meditado un tiempo sobre las opciones a su alcance, Manuel Azaña había optado por Santander para disfrutar de sus vacaciones. Le gustaba el clima suave de la ciudad, y también ese indefinible tono aristocrático y cultural que mantenía la capital cántabra, destino habitual en el norte de la alta sociedad madrileña a lo largo del reinado de Alfonso XIII.
La noticia cobró credibilidad tras la visita a Santander de su secretario personal para conocer la residencia que se proponía como sede para el retiro estival del presidente: ‘Villa Piquío’, una de las primeras mansiones de verano levantadas en El Sardinero por el industrial, naviero y promotor turístico Juan Pombo, y que ya había sido utilizada por Amadeo I de Saboya e Isabel II para sus estancias en la ciudad. En aquel momento estaba ocupada por el médico republicano Juan González-Aguilar Peñaranda, jefe del Servicio de Traumatología del Hospital Valdecilla y director del Sanatorio Antituberculoso de Pedrosa, quien accedió de buen grado a que fuera la residencia de verano del presidente Azaña.
El 16 de junio de aquel año la prensa local mostró su entusiasmo con los preparativos. Dos arquitectos se habían desplazado desde Madrid con el objetivo de comprobar las condiciones de habitabilidad del palacete y verificar las pequeñas reformas necesarias para aumentar sus condiciones de seguridad. En el diario El Cantábrico, un periodista aseguró: “Es propósito del señor presidente de la República permanecer en Santander, por lo menos, dos meses, comenzando a mediados de julio y ausentándose mediado septiembre. Acaso durante su estancia en esta capital -elucubraba-, el señor presidente de la República consagre sus aficiones literarias a la preparación de un libro, para el que recogerá abundantes datos en la Biblioteca de Menéndez y Pelayo, que se propone visitar con alguna frecuencia”.
Desde el Ayuntamiento se quiso aprovechar la permanencia de Azaña en Santander para culminar un viejo anhelo cultural: la toma de posesión de la finca ‘San Quintín’, adquirida a la hija de Benito Pérez Galdós para convertirla en Casa-Museo, con su biblioteca, manuscritos, recuerdos y efectos personales, resultado de más de 45 años de estancia y producción literaria en la ciudad.
El Consistorio santanderino, y los notables locales, creyeron estar ante una oportunidad única para recuperar la imagen exterior de la ciudad como estación turística, un tanto debilitada tras la caída de la monarquía. Las especulaciones sobre el impacto económico de la estancia de Azaña desbordaron las crónicas de aquellos días, en una especie de “cuento de la lechera” para el que pareció no haber límites: “La visita, ya casi convenida, del jefe del Estado a Santander sería para nuestra ciudad de incalculables beneficios. Con el señor Azaña vendría el ministro de Estado, el Cuerpo diplomático, el Cuarto militar, la escolta de su excelencia, la Banda republicana, etcétera. No hace falta decir que durante la estancia veraniega del presidente no tendría nada de extraño que se celebrase algún Consejo de Ministros, y, desde luego, habría en la bahía, en todo momento, algunos buques de guerra españoles y, seguramente, algún extranjero”, aventuraba un periodista local.
El sábado 11 de julio, el propio alcalde de Santander, Ernesto del Castillo, publicó un artículo en la primera página del diario El Cantábrico con el título de ‘Defensa obligada de nuestros intereses veraniegos’ en el cual reclamó el apoyo económico de la ciudadanía para afrontar las actuaciones necesarias con el fin de “contribuir a esta obra; aportar, cada uno en la medida de sus fuerzas, su concurso; sumar, en fin, su nombre a las listas de suscriptores, y llevar al alcalde el fruto, modesto o rico, pero generoso siempre de sus entusiasmos. Eso es trabajar por Santander, defender a Santander, amar a Santander, ¡ser santanderino!, en una palabra”.
Mientras todo esto sucedía, en la Biblioteca Menéndez Pelayo se habilitó un pequeño despacho en uno de los almacenes ubicados en la planta baja del edificio, con el propósito de que Azaña pudiera leer, consultar e investigar en condiciones de absoluta tranquilidad personal.
Todo estaba preparado para la llegada del presidente de la República a Santander el miércoles 22 de julio. Unos días antes habían arribado al puerto dos buques de la Armada con unos 850 hombres cuya misión era velar por su seguridad, pero los acontecimientos se precipitaron y Manuel Azaña nunca pudo disfrutar de sus vacaciones.
Los rumores, sospechas y advertencias empezaron a tomar cuerpo el 11 de julio. Ese sábado despegó desde Gran Bretaña el aeroplano De Havilland D.H.89 Dragon Rapide, con la misión secreta de llevar a Franco desde Canarias a Marruecos para encabezar el pronunciamiento militar. El lunes 13 de julio, el líder del Bloque Nacional, José Calvo Sotelo, fue asesinado por un grupo de Guardias de Asalto, en venganza por la muerte, horas antes, del teniente Castillo, a manos de un grupo de pistoleros fascistas, y el viernes 17 de julio los militares se sublevaron en Ceuta y Melilla.
A pesar de que ya estaba claro que el sueño del veraneo presidencial se había desvanecido, la prensa regional intentó trasladar en los días siguientes una falsa imagen de normalidad, dando cuenta de la tranquilidad con la que discurrían las clases en la Universidad Internacional de Verano y la calma en las calles de Santander. En el diario La Región se aseguró, incluso, que la plantilla de la policía municipal iba a ser reforzada para proteger el descanso del presidente, que estaba a punto de llegar a la ciudad. En realidad, ya nada volvió a ser igual. El país se adentró en un tiempo turbulento cuyos impactos se dejaron sentir bien pronto en la plácida atmosfera veraniega de la provincia.
La sublevación frustró las vacaciones de Azaña en Santander, y el inquilino de ‘Villa Piquío’, el doctor Juan González Aguilar, continuó su actividad profesional como traumatólogo en Valencia, hasta el final de la guerra, partiendo finalmente a Argentina, donde permaneció exiliado el resto de su vida.
El turismo en la Cantabria republicana
Quienes piensen que la promoción turística es una invención del franquismo quizás se sorprendan al leer el folleto editado por la República para la promoción de Cantabria, entonces provincia de Santander. La distancia que ofrece el tiempo brinda una curiosa percepción de la imagen que se trataba de proyectar del territorio, sus recursos naturales y culturales, y su “paisanaje”.
La población y su carácter
“Los campesinos de Santander son gente agradable y educada. Hay en la provincia muchos lugares de pleno campo cubierto de selvas tupidas, donde el cazador puede encontrar jabalíes, venados, zorras, lobos y aún osos (y por supuesto, liebres, perdices, codornices, becadas, conejos y otros tipos de caza menor); pero esos lugares hay que buscarlos, hay que ir a ellos. En general, la provincia está muy poblada y es raro el sitio donde no se encuentran aldeanos, casas, comida buena y algún albergue grato.
En la ciudad hay hoteles de todas las categorías. El Hotel Real es un palace de primer orden y acaso el mejor situado del mundo. En todas las poblaciones de la provincia hay excelentes hoteles. Las carreteras de Santander son tan buenas como las mejores.
En la ciudad misma hay, entre otras, dos instituciones dignas de mención especial y de visita: la Biblioteca Menéndez Pelayo, valiosísima colección de libros reunidos por el gran polígrafo santanderino, y la Casa de Salud Valdecilla, magnífica fundación científica y benéfica debida a la prócer munificencia de otro insigne montañés: el Marqués de Valdecilla.
Hay en la provincia varias hermosas playas, no menos agradables para el baño de mar que las de El Sardinero, y muy indicadas para quienes gustan de un ambiente menos suntuoso; tales son las de Laredo, Suances, Comillas, Castro Urdiales, San Vicente de la Barquera y otras.
El pescador puede elegir todas las variedades de su afición, así marítimas como fluviales, incluso, entre las últimas, el fly-fishing, para el cual los cotos de salmón y trucha de Santander empiezan a conocerse en el mundo entero.
Los aficionados al golf cuentan con dos magníficos campos: el de Oyambre y el de Pedreña. El de Pedreña (18 agujeros), abierto todo el año, está admirablemente situado a las orillas del mar, sobre una pequeña península, frente a la ciudad de la que dista un kilómetro por mar y 23 por tierra; es de los sitios más pintorescos que se pueden imaginar, bordeado como queda dicho por mar y por el río Cubas, en el que hoy se hace renacer la cría del salmón. Una pequeña playa aumenta los encantos de este mismo paraje, desde el que se divisan las blancas cumbres de los Picos de Europa“.
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