María José Navarro Azaña atiende esta entrevista en el número 5 de la calle de la Imagen (Alcalá de Henares), donde nació su tío abuelo Manolo. El Gobierno ha propuesto -a través de los medios de comunicación- exhumar al presidente de la II República para enterrarle en España.
El “tío Manolo” mira desde una fotografía enorme. En blanco y negro. Está sentado y juega al ajedrez. Fue Carmen Calvo la encargada de exhibir el golpe de efecto: un homenaje que supusiera el viaje de los restos de Azaña desde Montauban (Francia) hasta territorio patrio.
Un día antes de que Moncloa aireara el anuncio, Calvo coincidió con María José en la inauguración de la exposición sobre Azaña, que acoge la Biblioteca Nacional hasta principios de abril.
-¿Pudo charlar con la vicepresidenta? Imagino que le diría algo sobre la intención del Gobierno.
-A mí nadie me ha ofrecido traerlo. Ni siquiera han mencionado el dónde. Lo han hecho en los medios. Una cosa muy indirecta. Carmen Calvo me parece una persona encantadora e inteligente. Hablamos de un montón de cosas, pero no me dijo nada de eso. Lo anunció en la tele un día después.
-¿Y qué le parece? ¿Le gustaría enterrar a su tío en España?
-Él mismo dijo: “Que se propaguen mis doctrinas si se cree conveniente, pero mi cuerpo es de la tierra donde caiga”. Debemos respetar sus palabras. Personalmente, creo que es interesante que la gente sepa por qué Azaña o Antonio Machado están enterrados en Francia. Murieron en el exilio.
La última palabra la tiene la familia. De ahí que no vaya a producirse el desentierro. María José explica que el “no” es compartido por todos sus primos -ha podido confirmarlo de todos ellos a excepción de uno, que se encuentra en el extranjero-.
“El tío Manolo está muy cuidado en Montauban”. Decenas de republicanos españoles en el exilio velan por la tumba del político y escritor. “¿Sabe? Es muy curioso. Hay gente que le escribe cartas. Las dejan sobre la losa”.
Son tantas las cartas que ha tenido que habilitarse un buzón para evitar que se mojen y sean destruidas por el agua. ¿Las lee alguien? “Tengo que enterarme. No sé qué pasa luego con ellas. Buena pregunta”.
María José también conoce a Pedro Sánchez. Coincidió con él, precisamente, en una visita del presidente a la tumba de Azaña. Fue en febrero de 2019. También visitaron el féretro de Antonio Machado.
-¿Y Sánchez le dijo algo de la repatriación?
-Fue un acto muy agradable. No, no me dijo nada. La única vez que he hablado al respecto con un presidente fue con Zapatero. ¡Estaba delante Pedro Jota! Si no recuerdo mal, él le preguntó por este asunto. El entonces presidente respondió: “Pregúnteselo a su sobrina, que está aquí mismo”. Y respondí lo mismo: me gustaría que se respetaran las palabras de Azaña. “Mi cuerpo es de la tierra donde caiga”.
-¿Qué cree que hay detrás de la propuesta del Gobierno?
-No tengo ni idea. Puede deberse a muchas cosas. Lo primero que pienso es… Si lo traen, deberá venir con honores de jefe del Estado. ¿Se imagina las calles de Madrid? Es que esto no es una cosa para decirla, la suelto y a ver qué cae. Es algo serio y no se ha hablado del cómo, del dónde ni del cuándo.
-El Gobierno montó un operativo casi cinematográfico con la exhumación de Franco. ¿Cree que harían lo propio con su tío Manolo?
-No lo sé. Es que no sé nada. No me han dicho nada. Hoy por hoy, y en las circunstancias en las que estamos, no estoy por la labor de la repatriación.
Tercera propuesta
Es la tercera vez que la exhumación de Manuel Azaña salta a la palestra. La primera, a comienzos de la Transición, con el Gobierno de Adolfo Suárez; la segunda, a través de Juan Carlos I. Ambas rechazadas por la familia.
María José Navarro apuesta por la Memoria Histórica en este sentido: “Todos tenemos derecho a enterrar a nuestros muertos. Un hermano de mi madre está en una fosa común… Era fiscal y fue fusilado en Córdoba en agosto de 1936. Claro que me interesan las políticas de Memoria”.
Esta maestra que ha dedicado décadas al buceo en archivos para recuperar el material perdido de su tío tiene la esperanza de alumbrar una fundación. Le encantaría reunir el legado de Azaña en un mismo lugar para que estuviera a disposición de “todos los interesados”. Lo intentó, sin éxito, a través de la Universidad de Alcalá de Henares y del Ayuntamiento de esta misma ciudad.
-¿Este Gobierno podría hacerla posible?
-Me lo han dicho, sí. Tanto el presidente como Carmen Calvo. Están muy interesados. Creen que un personaje de la envergadura de Azaña merece una fundación impulsada por el Estado. Ojalá no se pierdan su figura ni sus estudios.
La casa de Azaña
Esta casa, el número 5 de la calle de la Imagen, es una novela en sí misma. A muy pocos metros nació Cervantes, pero Azaña -gran admirador suyo- nunca lo supo. Se descubrió después de su muerte.
Al estallar la guerra, el domicilio fue asaltado por Falange. Una señora que mandaba mucho entre los camisas azules se presentó aquí para exigir su “parte del botín”: “En realidad, cogió todo lo que pudo para devolvérnoslo a la vuelta del exilio. Había estado mucho tiempo metida en casa, conocía a mi tío. Le preguntó a ver qué le parecía que trabajara. Él la animó mucho”.
Los falangistas lanzaban las pertenencias de Azaña por la ventana y se las llevaban. Se cebaron especialmente con lo que había en el oratorio familiar. Pepita, una sobrina, apuntó en su diario cómo era la casa en el momento de partir. Con el paso del tiempo, y una vez recuperada, procuraron ajustarla a su estado original.
-¿Qué nos queda por saber de Manuel Azaña?
-Lo que nos falta es leerle. Eso es lo más importante. Sus libros son una maravilla.
-¿Todavía existen textos inéditos?
-Yo no los he encontrado. No creo que quede mucho, más allá de alguna traducción. Obras suyas creo que no. Unos cuadernos acabaron en la Dirección General de Seguridad, una parte se la llevó la viuda a México, otra se dispersó… Por eso sería interesante una fundación, para reunirlo todo.
Artículo original Daniel Ramírez https://www.elespanol.com/