Manuel Azaña, en el asiento trasero, a la izquierda. ARCHIVO

Manuel Azaña en el Café Regina

Cuando cayó la Monarquía, el 14 de abril de 1931, los vendedores de periódicos voceaban por la calle como si fuera el gordo de la lotería: “la República ha caído en la peña del Regina”

Manuel Azaña, en el asiento trasero, a la izquierda. ARCHIVO
Manuel Azaña, en el asiento trasero, a la izquierda. ARCHIVO

La Biblioteca Nacional celebra actualmente una exposición, inaugurada el año pasado, cuando se cumplieron 80 años del fallecimiento en el exilio de quien fue presidente de la República, Manuel Azaña.

Este ilustre intelectual y político frecuentó el Regina, café situado al lado de otro establecimiento de referencia, el Colón. Ambos disponían de terraza exterior y estaban situados en una calle principalísima y particularmente concurrida, como era la de Alcalá, jalonada por una constelación de elegantes cafés. Muy cerca se hallaba el café de Fornos, otro de los establecimientos de referencia a comienzos de la década de los 30. Los tres formaban parte del itinerario de sociabilidad que se fue articulando sobre la base del rosario de locales emplazados en dicha calle que desembocaba en la Puerta del Sol, en cuya plaza y alrededores se prodigaban varios cafés más.

El Regina era un café pulcro y elegante, con mesas distribuidas entre un bosque de columnas. Su ambiente era rotundamente distinguido y burgués. Allí se daban cita varones de buena posición y, como no, también militares y toreros. La presencia de estos personajes tan celebrados en la época, animaba a Madame Cantier, directora de una revista en Nîmes, a acudir con cierta frecuencia al café Regina para completar sus crónicas taurinas. Escritores y artistas aportaban un aire un poco más bohemio e informal a la atmósfera predominantemente seria del café, a lo que contribuían con su presencia algunas mujeres galantes, consideradas en general de vida alegre. Así se constata en los comentarios de Valle Inclán, reproducidos en una entrevista, en los que señalaba que en el café Regina, a las siete de la tarde, en algunas tertulias de artistas se advertía la presencia ostentosa de bellas mujercitas galantes, frívolamente ataviadas con ropas de colores chillones, y que de vez en cuando prorrumpían en risas alocadas.

Es claro que, en la década de los veinte, acudía gente de la cultura, del mundillo del espectáculo y las artes escénicas, pero no faltaban tampoco miembros de otras profesiones: periodistas como Chaves Nogales y políticos, o aspirantes a tales, como el republicano Azaña y el socialista Indalecio Prieto, también asiduo al café se podría pensar que, en cierto modo, en el café se estaba prefigurando en abreviatura la futura coalición republicano socialista. Este dirigente fue acusado de injurias al rey Alfonso XIII, a causa de un discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid. La represión policial no se hizo esperar y, en abril del año, Prieto fue detenido en el café Regina y conducido al juzgado, donde por cierto se ratificó en sus opiniones.

Sucesos como este fueron excepcionales, puesto que lo habitual fue el tranquilo discurrir de grupos de parroquianos que conversaban, con su café y su bicarbonato, difuminados los rostros entre una nube de tabaco, interrumpiéndose, eso sí, con frecuencia y discutiendo a voces alguna que otra vez. Las tertulias decayeron conforme se fue produciendo paulatinamente el final del viejo mundo de los cafés. Las gentes tenían cada vez más prisa para atender sus asuntos y hacer negocios. Y ahí estaban los bancos para gestionarlos. Tanto el Regina como su vecino el Colón y muchos otros más acabaron convirtiéndose en oficinas bancarias. Murieron de cornada de banco, como se lamentaba González Ruano, el periodista que no podía escribir sus artículos cada día sin sentarse a la mesa de un café.

En la década de 1920, en la que esta civilizada forma de convivencia se hallaba en su esplendor, había en el café Regina animadas tertulias, como la de Azaña. Señalaba Manuel Vicent que cada una de aquellas tertulias tenía un dueño. Azaña sentaba sus reales en el círculo del Regina. Cuando cayó la Monarquía, el 14 de abril de 1931, los vendedores de periódicos voceaban por la calle como si fuera el gordo de la lotería: la República ha caído en la peña del Regina. Don Manuel se imponía en su círculo por su extensa cultura, su brillantez apoyada en una excelente memoria, su elocuencia y capacidad razonadora. Ahora bien, en ocasiones era un tanto criticón con las personas que conocía, como su amigo Ortega y Gasset. Pepín Bello señalaba que sentía celos de Ortega y siempre que podía le lanzaba alguna pulla. El autor de España invertebrada, fue muy exitoso y leído, ya en vida, en contraste con Azaña, que tuvo siempre pocos lectores, a pesar de haber obtenido el premio nacional de literatura con un ensayo sobre Valera. Sin embargo, en la tertulia y en otros cenáculos no faltaban quienes apoyaban a Azaña, rosmando que lo que hacía fundamentalmente el filósofo en sus escritos era examinar asuntos sencillos y, a veces, triviales, pero de manera complicada. No era este el caso de Unamuno, que se fiaba poco de las pretensiones políticas del que llegaría a ser presidente de la República: Cuidado con Azaña advertía, es un escritor sin lectores y será capaz de hacer una revolución para tenerlos.

Antes de sobresalir en la política, la fama de Azaña no era mucha. Pero en la tertulia del Regina, marcaba él la pauta, era el amo. Sus ingeniosas ocurrencias eran muy comentadas. Como aquella de que el mejor modo de guardar un secreto en España era publicarlo en un libro. Y también: Si cada español hablara solo de lo que sabe durante un día, se produciría un extraordinario silencio que podríamos aprovechar para pensar.

Componían su peña: Chaves Nogales,  Araquistan,  Negrín y Luis Bello. Cabe suponer que tampoco faltaba el gran amigo de Azaña, Cipriano Rivas Cherif. De tarde en tarde, acudían, además, los jóvenes universitarios que formaban el grupo de la Residencia de Estudiantes, aunque estos solían hacer tertulia en el amplio salón de la institución educativa, que disponía por cierto de un piano, para solaz de Lorca.

Artículo original Xavier Castro https://www.diariodepontevedra.es/

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