Uno de los éxitos de la dictadura franquista fue vilipendiar la figura de Manuel Azaña hasta conseguir convertirlo para una gran parte de la sociedad española en una caricatura grotesca y siniestra. A ello se añade el hecho de que el franquismo intentó esconder la gran valía intelectual y humana de un escritor que, sin tener a priori mucha convicción para la política, se convirtió en el político más importante del siglo XX. La propaganda del franquismo inventó burdas patrañas sobre Azaña tratando de minusvalorar las capacidades políticas y culturas de un hombre bueno y honrado que no dudó en dar su vida por España, y en señalarlo como un hombre al servicio del comunismo de Stalin incapaz de tomar decisiones. Pero la recuperación de su importancia como político y como escritor (sobre todo desde la reinstauración de la democracia en España) se encuentra íntimamente unido a la explicación de los movimientos del conservadurismo español que desde los tiempos de Fernando VII y la constitución de Cádiz trató por todos los medios de impedir que España entrase, de manera definitiva, en el ámbito democrático y cultural en el que hoy día se encuentra instalada.
La obra escrita que dejó Manuel Azaña fue ingente. A lo largo de las últimas décadas, y gracias al trabajo de historiadores empeñados en la recuperación de un político imprescindible para conocer la historia de España, se han logrado reunir todos los diarios, novelas, ensayos y artículos de prensa del que fuera ministro, presidente del consejo y presidente de la República Española. Desde las primigenias obras completas de Azaña editadas en México por Juan Marichal en tiempos de la dictadura, hasta las definitivas obras completas editadas por Santos Juliá publicadas en el año 2007, han sido miles los trabajos, tesis doctorales, artículos y ensayos que se han publicado tratando de explicar la importancia que para España tuvo Manuel Azaña. Y no sólo como político sino también como escritor. El diario que escribió durante el corto tiempo de existencia de la República, en la que tuvo un papel fundamental, es un ejercicio apabullante de la mejor literatura. El lector se imbuye en las conversaciones de Azaña con sus ministros y con los líderes de todos los partidos políticos en el Congreso de los Diputados. Aunque no se tenga un conocimiento exhaustivo de los entresijos de la política de aquellos años se pueden entender los problemas a los que se enfrentaba España gracias a la claridad de la escritura de Azaña. Incluso a veces deja Azaña retazos de una vis cómica que sorprende dada esa imagen de señor mayor que tuvo desde su juventud.
De reciente publicación es el libro Paseos por mi jaula. Páginas escogidas del Diario, 1931-1939 (Árdora Ediciones), una corta pero muy interesante selección de entradas de su diario en los años de la República realizada por José Luis Gallero y Carmen Gutiérrez y que fue presentado hace unas semanas en Valencia en la librería Bartleby. Tengo las obras completas de Azaña de la edición de Santos Juliá en una de las librerías de mi casa. Pertenecieron a mi padre. En el primer tomo Juliá escribió una dedicatoria a mi padre: Para mi amigo Miguel Ull, hablando de Azaña en Alicante. 3 de marzo 2008. Con un abrazo, Santos. En total suman alrededor de 6.260 páginas. Por tanto, este Paseos por mi jaula es una excelente oportunidad para que el lector que desconozca la obra de Azaña pueda adentrarse en la vida de un hombre que dejó por escrito una radiografía de la España de la primera mitad del siglo XX que al mismo tiempo explica el devenir de nuestro país de los últimos tres siglos.
Por las páginas de los diarios de Azaña van y vienen nombres conocidos para el lector: Companys, Sanjurjo, Cabanellas, Lerroux, Maura y Ortega entre muchos otros. Incluso el futuro dictador Francisco Franco. También recoge la trascendental conversación entre Juan Negrín y Azaña al final de la guerra, la llamada entrevista de Vich. Creo que, para Azaña, aquello que más dolor y daño le provocó fue la constatación del odio que las fuerzas conservadoras incubaron en los años previos al golpe de Estado y la Guerra Civil. Los golpistas escondieron su rencor, un odio hacia todo lo que significó la democracia y la República, que explotó tras el golpe. Los republicanos no fueron capaces de ver venir todo aquel instinto asesino y aquella planificación del horror y del asesinato masivo que se puso en marcha en 1936. Los golpistas, inspirados en las atrocidades del régimen nazi, aplicaron un sistema generalizado de tierra quemada. Asesinar y asesinar, esta fue la regla general para los mandos militares franquistas con especial ensañamiento en las mujeres, maestros de escuela, sindicalistas, intelectuales y concejales de pueblos.
En las noches de verano, cuando abandonaba el Congreso, Azaña se iba a pasear por su familia por las afueras de Madrid. “De aquí a medio siglo, Madrid se ha habrá quedado sin nada de lo bueno que tiene. Por suerte, yo no lo veré”. Lo escribió en noviembre de 1931.
Artículo original Fernando Ull Barbat https://www.informacion.es/